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terça-feira, 29 de outubro de 2013
Lou Reed, carne y hueso de rock
Un recorrido por los personajes y situaciones reales que inspiraron algunas de las joyas del músico
Falleció el pasado domingo a los 71 años
Lou Reed: muere el poeta eléctrico
RAFA CERVERA 29 OCT 2013
El músico Lou Reed, fallecido el pasado domingo a los 71 años. / GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO
Lou Reed transformaba la realidad que le rodeaba a través de sus canciones. Sus letras están pobladas por personajes ficticios que en un principio fueron seres reales con los que compartió experiencias. Su mirada es a veces similar a las de Nelson Algren, Hubert Selby Jr. y otros escritores que le inspiraron. Gracias a eso, otro tipo de protagonistas llegaron a las letras del rock & roll. Con los años, los ángeles caídos fueron pareciéndose más a nosotros. Aunque en realidad, por más extravagantes que fuesen sus personajes, Lou Reed siempre escribió sobre la condición humana para enseñarnos que lo normal no existe y cuán extraños somos todos y cada uno de nosotros. Estos son algunos de los nombres reales que inspiraron algunas de sus canciones.
Delmore Schwartz. Escritor norteamericano que dio clases de literatura a Reed en la Universidad de Syracusa. Dejó una honda huella en él, no sólo en su manera de escribir sino también como amigo. Schwartz, que murió solo y enfermo en 1966, odiaba el rock & roll. Reed intentó conjurar eso en la canción European son (1967), usando una letra breve en un tema en la que el caos de Velvet Underground mandaba. En 1982 conjuró su espíritu de nuevo en la letra de My house.
Edie Sedgwick. La oveja negra de una gran familia americana, la belleza de la Factory de Warhol que fue la it girl de 1965, inspiró dos de las canciones del emblemático álbum The Velvet Underground & Nico(1967). Los estragos de su corazón caprichoso están presentes enFemme fatale mientras que All tomorrow's Parties dibujaba su periplo como chica del mes, de fiesta en fiesta, devorada por las noches neoyorquinas.
El músico Lou Reed. / GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO
Ondine. En realidad Robert Olivo, nombre real del Pope Ondine, es solo uno de los nombres que Reed va deslizando en la letra de Chelsea girls. Warhol le pidió una canción para su película homónima, pero esta no llegó a tiempo. Nico la cantó en su debut como solista, desgranando con su particular voz las peripecias de Mary Woronow, Ingrid Superstar y otras bestias de la Factory que actuaban en el citado filme. Una letra que, en cierto modo, es el molde de lo que después sería Walk on the wild side.
Candy Darling. Las drag queens y las transexuales conquistaron la Factory a finales de los sesenta, y Candy se convirtió, con su belleza y su labia afilada, en su reina. Walk on the wild side (1972) la hizo mundialmente famosa gracias a los versos “Candy vino de fuera de la isla / en el cuarto trasero era la chica de todos / pero nunca perdió la cabeza / incluso cuando estaba chupándola”. Tres años atrás, Reed ya la había convertido en el leit motif de Candy says (1969), una triste y dulce letanía del tercer álbum de Velvet Underground.
Jackie Curtis. Fue popular en el ambiente underground por sus montajes teatrales en el Nueva York de finales de los sesenta y principios de los setenta. Patti Smith y Debbie Harry llegaron a actuar para ella, y ella a su vez apareció en Andy Warhol's Flesh. Al igual que el resto de personajes de Walk on the wild side, Jackie frecuentaba el club Max's Kansas City, en cuyo famoso cuarto trasero no solo hacía de la suyas Candy Darling; David Bowie, Jane Fonda u Oliviero Toscani y una larga lista de celebridades se dejaban fuera las inhibiciones cuando entraban allí.
Lou Reed durante un seminario en el Cannes Lions Festival, en junio de este año. / GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO
Rachel. Enigmática criatura que fue pareja sentimental de Reed entre 1975 y 1977 y a la que el periodista Lester Bangs se refirió en alguno de sus artículos como “It”, aludiendo a su ambigüedad sexual. Rachel se convirtió en el salvavidas de Reed en el momento álgido de su adicción a las anfetaminas y su historia de amor quedó retratada en canciones como Crazy feeling y, sobre todo, en Coney island baby, en cuyo apoteósico final Reed canta: “Y esta se la quiero dedicar a Lou y Rachel / Y a todos los chicos del PS 192 / Tío te juro que lo dejaría todo por ti”. Unos años después, Rachel había desaparecido de la vida de Reed, pero no su huella. En Slipaway, la tercer parte de la suite Street Hassle(1978), Reed desnuda una vez más su alma al cantar: “El amor se ha ido y aquí no queda nadie / no queda nada por decir excepto cómo le echo de menos”.
Sylvia Morales. La que fuera su mujer entre 1980 y 1993. era habitual del CBGB y amiga de amazonas underground como la cantante Lydia Lunch y la diseñadora y manager Anya Philips, Cuando contrajeron matrimonio ya era la musa de un Reed dispuesto a olvidar el personaje decadente que había interpretado en los setenta. El Reed de rock más conciso y básico es también el Reed que canta al nuevo amor de su vida en canciones de Growing up in public (1980) y The blue mask (1982) como Think it over o Heavenly arms.
El músico Lou Reed, fallecido el pasado domingo a los 71 años. / GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO
Lou Reed transformaba la realidad que le rodeaba a través de sus canciones. Sus letras están pobladas por personajes ficticios que en un principio fueron seres reales con los que compartió experiencias. Su mirada es a veces similar a las de Nelson Algren, Hubert Selby Jr. y otros escritores que le inspiraron. Gracias a eso, otro tipo de protagonistas llegaron a las letras del rock & roll. Con los años, los ángeles caídos fueron pareciéndose más a nosotros. Aunque en realidad, por más extravagantes que fuesen sus personajes, Lou Reed siempre escribió sobre la condición humana para enseñarnos que lo normal no existe y cuán extraños somos todos y cada uno de nosotros. Estos son algunos de los nombres reales que inspiraron algunas de sus canciones.
Delmore Schwartz. Escritor norteamericano que dio clases de literatura a Reed en la Universidad de Syracusa. Dejó una honda huella en él, no sólo en su manera de escribir sino también como amigo. Schwartz, que murió solo y enfermo en 1966, odiaba el rock & roll. Reed intentó conjurar eso en la canción European son (1967), usando una letra breve en un tema en la que el caos de Velvet Underground mandaba. En 1982 conjuró su espíritu de nuevo en la letra de My house.
Edie Sedgwick. La oveja negra de una gran familia americana, la belleza de la Factory de Warhol que fue la it girl de 1965, inspiró dos de las canciones del emblemático álbum The Velvet Underground & Nico(1967). Los estragos de su corazón caprichoso están presentes enFemme fatale mientras que All tomorrow's Parties dibujaba su periplo como chica del mes, de fiesta en fiesta, devorada por las noches neoyorquinas.
El músico Lou Reed. / GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO
Ondine. En realidad Robert Olivo, nombre real del Pope Ondine, es solo uno de los nombres que Reed va deslizando en la letra de Chelsea girls. Warhol le pidió una canción para su película homónima, pero esta no llegó a tiempo. Nico la cantó en su debut como solista, desgranando con su particular voz las peripecias de Mary Woronow, Ingrid Superstar y otras bestias de la Factory que actuaban en el citado filme. Una letra que, en cierto modo, es el molde de lo que después sería Walk on the wild side.
Candy Darling. Las drag queens y las transexuales conquistaron la Factory a finales de los sesenta, y Candy se convirtió, con su belleza y su labia afilada, en su reina. Walk on the wild side (1972) la hizo mundialmente famosa gracias a los versos “Candy vino de fuera de la isla / en el cuarto trasero era la chica de todos / pero nunca perdió la cabeza / incluso cuando estaba chupándola”. Tres años atrás, Reed ya la había convertido en el leit motif de Candy says (1969), una triste y dulce letanía del tercer álbum de Velvet Underground.
Jackie Curtis. Fue popular en el ambiente underground por sus montajes teatrales en el Nueva York de finales de los sesenta y principios de los setenta. Patti Smith y Debbie Harry llegaron a actuar para ella, y ella a su vez apareció en Andy Warhol's Flesh. Al igual que el resto de personajes de Walk on the wild side, Jackie frecuentaba el club Max's Kansas City, en cuyo famoso cuarto trasero no solo hacía de la suyas Candy Darling; David Bowie, Jane Fonda u Oliviero Toscani y una larga lista de celebridades se dejaban fuera las inhibiciones cuando entraban allí.
Lou Reed durante un seminario en el Cannes Lions Festival, en junio de este año. / GABRIEL GONZÁLEZ-ANDRÍO
Rachel. Enigmática criatura que fue pareja sentimental de Reed entre 1975 y 1977 y a la que el periodista Lester Bangs se refirió en alguno de sus artículos como “It”, aludiendo a su ambigüedad sexual. Rachel se convirtió en el salvavidas de Reed en el momento álgido de su adicción a las anfetaminas y su historia de amor quedó retratada en canciones como Crazy feeling y, sobre todo, en Coney island baby, en cuyo apoteósico final Reed canta: “Y esta se la quiero dedicar a Lou y Rachel / Y a todos los chicos del PS 192 / Tío te juro que lo dejaría todo por ti”. Unos años después, Rachel había desaparecido de la vida de Reed, pero no su huella. En Slipaway, la tercer parte de la suite Street Hassle(1978), Reed desnuda una vez más su alma al cantar: “El amor se ha ido y aquí no queda nadie / no queda nada por decir excepto cómo le echo de menos”.
Sylvia Morales. La que fuera su mujer entre 1980 y 1993. era habitual del CBGB y amiga de amazonas underground como la cantante Lydia Lunch y la diseñadora y manager Anya Philips, Cuando contrajeron matrimonio ya era la musa de un Reed dispuesto a olvidar el personaje decadente que había interpretado en los setenta. El Reed de rock más conciso y básico es también el Reed que canta al nuevo amor de su vida en canciones de Growing up in public (1980) y The blue mask (1982) como Think it over o Heavenly arms.
Doc Pomus. Reed desarrolló una estrecha amistad con Pomus, coautor de algunas de las canciones eternas del cancionero pop norteamericano, y que en su día fueron inmortalizadas por Elvis Presley o Ben E. King. Cuando contrajo el cáncer de pulmón que acabó matándolo en 1991, Reed se convirtió en uno de sus grandes apoyos. Su batalla contra la enfermedad fue exorcizada por Reed en el álbumMagic and loss (1992).
AREIA MOLHADA
Nei Duclós
Estou pertinho de não ser mais nada. Assim como gota d´água, grão de areia molhada.
O amor que me dedicam ultrapassa meu limite está além do que vivo. Faço parte das estrelas
quebrei o teto de vidro
Pétalas no teu rosto, sonho aqui de longe.
Sabes o quanto de flor tens para o banho de espuma do meu olhar.
Levantei cedo para desperdiçar mais tempo. Assim acumulo mais vida do que gastei contigo.
O poema faz parte do amor por ser livre.
Enquanto você dorme, o amor trabalha, gerando teias de ouro entre inúmeros sonhos.
Em todas as vidas paralelas, és minha amiga. Só numa delas somos amantes. Nessa, quero ficar para sempre.
Você é o amor que eu escondo no meu casaco de couro
Me tens como a neblina não é clara. Como a brisa bate o joelho. Como o luar em teu seio.
DESPEJO
Amor é o habite-se. Adeus, o despejo
Dancei na tua mão. Fiz teu jogo. Agora pago o mico da relação.
É público e notório: amar é insuportável.Única coisa não descartável neste mundo provisório.
.Não cansaste de mim, mas sim do que esperavas de mim por motivos misteriosos.
É dificil acostumar-se de novo à solidão, incômoda arena. Ali o coração não cabe, a emoção se perde.
Nunca aprendemos a lição pois o amor é uma criatura sem vínculos com a realidade. Amadurecer significa perdê-lo na lucidez covarde
O erro foi carregar a cinza inevitável do sentimento que completou seu ciclo e misturou-se à terra. Era preciso deixá-lo ir, no vento ou em direção à futura árvore.
Fomos amor só por um instante. Depois morremos, liquidados pelo clarão insuportável.
Me descobriste prisioneiro num espaço que parecia liberdade. Não suportaste a humana revelação da verdade.
Inventaste um lugar onde só cabia teu sonho. O amor ficou de fora.
Foste embora para sentir de novo o gosto de voltar. Mas a cidade tinha sumido.
VERMELHO
Outubro é vermelho. Não se muda a natureza das coisas.
Pensa que nasci ontem. Nasci hoje, penso.
Não autorizo nenhuma biografia sobre mim, disse Al Capone
Em cada um convive o carisma e o prosaico. Vasos comunicantes e quebráveis.
http://outubro.blogspot.com.br/2013/10/areia-molhada.html
NOTA: É OUTUBRO E O POETA ESTÁ SOPRANDO OUTRA VELINHA, PARABÉNS!!!!
O amor acaba, mas nem sempre termina
POR XICOSA
Sim, o amor acaba, é do jogo, mas muita gente se avexa, numa azáfama dos diabos, querendo se jogar do abismo ainda a léguas do despenhadeiro.
O amor acaba, mas tem sempre um “chorinho”, como do generoso garçom no nosso uísque.
O mundo anda muito impaciente com as complicações amorosas, como se fosse fácil juntar duas criaturas sob as mesmas telhas da rotina.
É preciso estar preparado(a) para as goteiras, para a hora em que o amor vaza ou pinga no chão da casa e não há balde ou rodo que dê jeito.
No que vos conto, sob a desculpa do encorajamento coletivo, afinal de contas animar a vida besta também é papel de um cronista-fabulista:
E quando imaginávamos que estava tudo acabado, que amor não mais havia, que tinha ido tudo para as cucuias, que o fogo estava morto, que o amor era apenas uma assombração do Recife Antigo…
Quando já dizíamos, a uma só voz, a crônica de Paulo Mendes Campos que repito ao infinitum:
“Às vezes o amor acaba como se fora melhor nunca ter existido; mas pode acabar com doçura e esperança; uma palavra, muda ou articulada, e acaba o amor; na verdade; o álcool; de manhã, de tarde, de noite; na floração excessiva da primavera; no abuso do verão; na dissonância do outono; no conforto do inverno; em todos os lugares o amor acaba; a qualquer hora o amor acaba; por qualquer motivo o amor acaba…”
Quando já separávamos, olhos marejados, os livros e os discos…
Quando mirávamos, no mesmo instante, a nossa foto feliz no porta-retratos…
Quando não tínhamos nem mais ânimo para as clássicas D.R´s –as mitológicas discussões de relação…
Ave, palavra, até o gato, nervoso, sem saber com quem ficaria, quebrava coisas dentro de casa àquela altura; o papagaio blasfemava, diabo verde!
Estava na cara, naquela fantástica zoologia amorosa: aqueles pombinhos já eram.
O cheiro do fim tomara todos os cômodos, a rua, o quarteirão, o bairro, a cidade, o mundo…
Quando só restava cantar uma música de fossa… “Aquela aliança você pode empenhar ou derreter…”
Quando só restava a impressão de que eu já vou tarde…
Quando só restava Leonardo Cohen (foto) no iphone da moça moderna…
Quando eu não era mais o cara, embora insistisse em cantar o “I´m your man” deste mesmo trovador canadense…
Sim, o quadro era triste, não se tratava de hipérbole ou demão de tintas gregas.
De tanta inércia, faltava até força para que houvesse a separação física, faltava força para arrumar as malas, pegar as escovas, contar aos chegados comuns, tomar um porre.
Ah, amigo, quer saber quem bateu o ponto final da história?
Ela, claro, você acha que homem tem coragem para acabar qualquer coisa? Mulher é ponto final; homem ponto e vírgula, reticências, atalhos, barrigas de palavras, verbos e orações.
O estranho é que ela não disse, em nenhum momento, que não gostava mais do pobre mancebo.
Aquilo encucava. Porque um homem, disse o velho Antonio Maria, padrinho sentimental deste cronista, nunca se conforma em separar-se sem ouvir bem direitinho, no mínimo quinhentas vezes, que a mulher não gosta mais dele, por que e por causa de quem etc etc, a longuíssima milonga do adiós.
E nesse clima de fim sem fim as folhinhas outonais do calendário foram despencando sobre a relva fresca do desgosto.
Eu acabara de levantar do amigo sofá, que havia se transformado no meu leito, quando ela passou com uma cara de impaciência e desassossego.
Mais que isso: ela estava com vontade de matar gente!
Era a cara que fazia quando estava faminta. Sabe mulher que fica louca quando a fome aperta e a angústia da existência vocifera pelos barulhos do estômago?
Vi aquela cena e caí na gargalhada. A princípio ela estranhou… Mas sacou tudo e danou-se a morrer de rir igualmente. Nos abraçamos e rimos e rimos e rimos e rimos daquilo tudo, rimos da nossa fraqueza em não dar uns nós nos clichês, inclusive o da volta por cima, rimos do nosso silêncio sem sentido, rimos desses casais que se separam logo na primeira crise, rimos da falta de forças para enfrentar os maus bocados, rimos, rimos, rimos.
Rimos da preguiça sentimental da humanidade e nos esbagaçamos de amor no chão da sala mesmo.
E um casal que ainda ri junto tem muita lenha verde para gastar na vida e fazer cuscuz com carneiro e outros banquetes nada platônicos movidos a bagaceiras, alentejanos sagrados e salineiras aguardentes.
Agora ela está deitada, linda, cheirosa, gostosa, psiu!, silêncio, ela dorme enquanto escrevo essa crônica!
Ser a outra não é para qualquer uma
Professora e escritora.
A outra costuma andar deslizando. Coleante e tortuosa como uma cobra. E chega com um breve silvo, se insinuando à meia luz na vida de um homem qualquer.
Muitas vezes se veste de vermelho. Embora tenha veias hirtas, corre nelas um sangue quase espumoso, de um vermelho sacrílego, que trafega nos interstícios desse corpo.
Ela até nos faz recordar daquele ditado sobre a inveja. Um prato que se come frio e que está sempre ali disposto à serventia.
Essa mulher, com madeixas de todas as cores, não tem qualquer pressa de se alojar em corações ciganos e desatentos. Mas quando finca seu espaço, também não abandona a guarida e lá permanece, reinando como aranha soberana.
Entretecendo insetos-homens, pessoas desavisadas, transformados pelas ganas de sua volúpia. É kafkiana, equilibrando-se entre a sedução e o asco. Estranha, metamórfica, em estágio eterno de lagarta — da qual ignoramos em que borboleta se transformará.
Será dourada, cinza, sépia, parecerá com aquelas bruxas noturnas e fedorentas de pouso certeiro e de mau agouro, que aderem às paredes de quartos solitários e, por conseguinte, indefesos.
Esta mulher não teme os domingos, os sábados, as noitadas em carne viva e pele crua. As rajadas de vento emocional que trespassam seu umbigo ainda róseo e sem piercings.
A outra sabe esperar como ninguém. Do mesmo modo que a alvorada aguarda paciente a hora de crepuscular e semicerrar as pálpebras.
Mulheres assim se nutrem de chuva, naufragam em dias cinzentos e iguais a qualquer dia sem rosto nem horizontes.
Ah, mas quando elas se envolvem na vida de alguém, emitem luzes quase prateadas, feérie de festas vindouras, anunciadas na fileira de dentes exemplares.
Chegam assim em silêncio, determinadas a perturbar os porta-retratos de estabelecidas e rangentes conjugalidades. Terremotos afetivos destilam avalanches passionais nos homens e seus ossos. Ópio sobre as pernas. Absinto no hálito.
Pecado não mordê-las, negras maçãs avantajadas, redondas de fetiches.
Impensável deixar de sorvê-las, como um suco de goiaba selvagem, de sabor primevo, oriundo de terras rústicas, bravas e indômitas. Frutas que estacionam distantes da civilização e dos galopes.
Essas mulheres se anunciam com as intempéries, atravessam invernos em renas gigantes e tramam acender lareiras em peitos musculosos para que os mesmos possam sustê-las em toda a sua alargada voracidade.
Missas negras, pinturas góticas, óperas profanas, desterro das boas e ilibadas intenções.
A outra jamais almeja estar na linha de frente, ser a primeira, a noiva pueril escolhida.
O que a entretém são os solfejos descontínuos de uma alma em agonia. Alma de ventanias, uivando como loba, no cume de montanhas irregulares.
A outra não tenciona ter filhos. Mas quer roubá-los, ainda em fase de promessas, decididamente de você.
Arrancar sua atenção deles, extirpar seus afetos do álbum de casamento mais plácido que as poeiras da sua vida morna já depositaram alguma vez sobre ele.
Mulheres outras não anseiam por beijos, mas mordidas. Rejeitam presentes, acolhem despedidas. Trocam de imediato afagos dóceis e açucarados por arranhões seriais, grafados a ferro em fogo por unhas necessitadas de sexo.
A outra, meu amigo, não quer você.
Ela pretende devorá-lo como esfinge apoteótica, sorvê-lo inteiro como terreno árido e sem chuvas, sequer divisadas nas estações de verão.
Ela decidiu se enraizar em você. Ramificar seus prolongamentos, asfixiando todas as suas vontades bem devagar, uma por uma.
Esta é uma morte consentida, não negue. A morte da sensaboria, dos agonizantes protótipos do desejo.
A outra, perceba bem, caiu em suas mãos para desorganizar seu destino de ponta a ponta. Os caminhos supostamente traçados e controlados por suas frágeis intenções de homem firme e assentado socialmente.
A outra dói como ambicionada e paradoxal erva daninha do espírito. Move-se quase ondulante, a secretar lamentos pelos poros sujos.
A outra também é herege para que dela nasçam dúvidas breves e irrecorríveis. Imiscuídas em suas mais agudas e solitárias reflexões.
Ela ainda se esparrama pelas salas do seu corpo sem nenhum pudor, revirando seus olhos entorpecidos, esgazeados e confessos.
Se é possível trancafiá-la, de modo a que nunca mais você a veja ou a encontre?
Sim, mas se aquiete por enquanto com a resposta provisória.
Tente talvez prendê-la em uma caixinha de músicas muito antiga.
Lembre-se, todavia, que esta caixinha jamais, em qualquer hipótese, deverá ser aberta. Sequer durante os seus mais agudos sonhos ou fartos pesadelos.
Um último desafio: ouse existir sem ela.
Experimente sobreviver sem seus braços, tentáculos e ventosas quase abissais.
Porque a outra mora aí. Exatamente dentro de você. No porão ou na garagem das suas trêmulas, indisfarçáveis e crescentes demandas.
Ilustração: Jean Auguste Dominique Ingres, La Grande Odalisque
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