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domingo, 22 de janeiro de 2012
Chucho Valdés y Concha Buika encienden el Carnegie Hall
Un momento del concierto de Chucho Valdés y Concha Buika en el Carnegie Hall de Nueva York. / JACK VARTOOGIAN
Hace 34 años el Carnegie Hall se convirtió en el escenario de un reencuentro tan emotivo como espectacular: el pianista Bebo Valdés, huido de Cuba en los años sesenta, se reencontraba con su hijo, el también pianista Chucho Valdés. La legendaria banda de este último, Irakere, debutaba en Nueva York, pero para los Valdés aquel reencuentro iba más allá de la música: buscaba cerrar heridas con las que aún hoy, muchas otras familias de cubanos podrían identificarse.
En Nueva York y en la vecina Nueva Jersey viven muchas de esas familias rotas, y cuando se anuncia la llegada de un músico cubano a la ciudad, de alguna manera la metáfora del reencuentro se repite y la entrega es absoluta. El pasado sábado, Chucho Valdés, que no pisaba el Carnegie Hall desde aquel concierto histórico, aparecía sobre su escenario con un elegante traje de terciopelo azul, sus manos prodigiosas y una inmensa sonrisa. Entró solo, provocando una larga ovación en un auditorio abarrotado de cubanos pero también de amantes del latin jazz, atraídos además, como se demostraría después, por la presencia de Concha Buika, en su debut en el Carnegie Hall como artista invitada y por la nueva banda del pianista, The Afro-cuban Messengers.
Valdés, de 70 años, abría el concierto experimentando con la música de uno de sus ídolos, Duke Ellington, cuyos clásicos sazonó con un toque afrolatino que calentó motores para lo que vendría después. Su banda, con la que el pasado año ganó el Grammy al mejor disco de Jazz Latino por Chucho step’s, entró en el escenario poco después, inundando el aire con el ritmo frenético de sus dos percusionistas, el mago Yaroldi Abreu y el alquimista Dreiser Durruthy, por no hablar del batería-hechicero Juan Carlos Rojas Castro, o el bajista-prestidigitador, Lazaro Rivero, que juntos hacen latir el corazón rítmico de la banda como si se tratara del de dos adolescentes enamorados, pero sabios.
El talento de la trompeta (Reinaldo Melian) y el saxofón (Carlos Manuel Miyares) también se unieron en temas como Begin to be good o el Mambo de Zawinul, de su último disco, para después dar paso a Concha Buika, esa mujer-vendaval de energía contagiosa y voz de seda quebrada a la que los neoyorquinos se entregaron con el mismo entusiasmo que ante Chucho Valdés. Es más, tras irrumpir en el escenario descalza y arrebatar con dos canciones, su retirada, impuesta por el guion del concierto —ella era solo la invitada— no fue bien recibida y el público hizo mucho ruido para que regresara. Un sorprendido Chucho tuvo que intervenir —“No se preocupen que volverá”— y como para dejar constancia de que aquel era, sobre todo, su concierto, se lanzó a tocar en solitario un blues desnudo, sin adornos, la escala pentatónica, un puñado de acordes y sus virtuosos dedos. Pero por algo se trata de uno de los mejores pianistas del mundo: el público olvidaba de inmediato a Buika para rendirse ante un maestro que es capaz de transformar el blues más elemental en una obra de arte.
La cantante española regresó para cantar en los bises El andariego, y una vez más el público quiso que se quedara. No hubo forma, el concierto lo cerró otro solo de Valdés, esta vez un recorrido atrevido y colorista a través de la obra de Gershwin combinada con clásicos cubanos. Y naturalmente, espectacular.
Al finalizar el concierto, en los camerinos, decenas de personas se acercaban al maestro para darle las gracias o la enhorabuena, y él, con su impresionante estatura, y un vaso de champán en la mano, recibía los halagos y el cariño de otros músicos de la ciudad con la satisfacción en el rostro del trabajo bien hecho. "Hace 34 años que no tocaba aquí. Supongo que soy la misma persona que entonces, pero con más experiencia, más trabajo a mis espaldas y espero, mejor músico", comentaba a EL PAÍS. Buika, siempre con su generosa sonrisa dibujada en la cara, se declaraba "feliz" de haber actuado por primera vez en el Carnegie Hall, ese lugar que Valdés definió como "un templo único". La cantante, en una de esas frases tan suyas que desarman, apuntilló:
"Todo lugar en el que haya gente escuchando es un templo. Da igual cómo se llame y da igual donde esté".
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/01/22/actualidad/1327255516_050858.html
En Nueva York y en la vecina Nueva Jersey viven muchas de esas familias rotas, y cuando se anuncia la llegada de un músico cubano a la ciudad, de alguna manera la metáfora del reencuentro se repite y la entrega es absoluta. El pasado sábado, Chucho Valdés, que no pisaba el Carnegie Hall desde aquel concierto histórico, aparecía sobre su escenario con un elegante traje de terciopelo azul, sus manos prodigiosas y una inmensa sonrisa. Entró solo, provocando una larga ovación en un auditorio abarrotado de cubanos pero también de amantes del latin jazz, atraídos además, como se demostraría después, por la presencia de Concha Buika, en su debut en el Carnegie Hall como artista invitada y por la nueva banda del pianista, The Afro-cuban Messengers.
Valdés, de 70 años, abría el concierto experimentando con la música de uno de sus ídolos, Duke Ellington, cuyos clásicos sazonó con un toque afrolatino que calentó motores para lo que vendría después. Su banda, con la que el pasado año ganó el Grammy al mejor disco de Jazz Latino por Chucho step’s, entró en el escenario poco después, inundando el aire con el ritmo frenético de sus dos percusionistas, el mago Yaroldi Abreu y el alquimista Dreiser Durruthy, por no hablar del batería-hechicero Juan Carlos Rojas Castro, o el bajista-prestidigitador, Lazaro Rivero, que juntos hacen latir el corazón rítmico de la banda como si se tratara del de dos adolescentes enamorados, pero sabios.
El talento de la trompeta (Reinaldo Melian) y el saxofón (Carlos Manuel Miyares) también se unieron en temas como Begin to be good o el Mambo de Zawinul, de su último disco, para después dar paso a Concha Buika, esa mujer-vendaval de energía contagiosa y voz de seda quebrada a la que los neoyorquinos se entregaron con el mismo entusiasmo que ante Chucho Valdés. Es más, tras irrumpir en el escenario descalza y arrebatar con dos canciones, su retirada, impuesta por el guion del concierto —ella era solo la invitada— no fue bien recibida y el público hizo mucho ruido para que regresara. Un sorprendido Chucho tuvo que intervenir —“No se preocupen que volverá”— y como para dejar constancia de que aquel era, sobre todo, su concierto, se lanzó a tocar en solitario un blues desnudo, sin adornos, la escala pentatónica, un puñado de acordes y sus virtuosos dedos. Pero por algo se trata de uno de los mejores pianistas del mundo: el público olvidaba de inmediato a Buika para rendirse ante un maestro que es capaz de transformar el blues más elemental en una obra de arte.
La cantante española regresó para cantar en los bises El andariego, y una vez más el público quiso que se quedara. No hubo forma, el concierto lo cerró otro solo de Valdés, esta vez un recorrido atrevido y colorista a través de la obra de Gershwin combinada con clásicos cubanos. Y naturalmente, espectacular.
Al finalizar el concierto, en los camerinos, decenas de personas se acercaban al maestro para darle las gracias o la enhorabuena, y él, con su impresionante estatura, y un vaso de champán en la mano, recibía los halagos y el cariño de otros músicos de la ciudad con la satisfacción en el rostro del trabajo bien hecho. "Hace 34 años que no tocaba aquí. Supongo que soy la misma persona que entonces, pero con más experiencia, más trabajo a mis espaldas y espero, mejor músico", comentaba a EL PAÍS. Buika, siempre con su generosa sonrisa dibujada en la cara, se declaraba "feliz" de haber actuado por primera vez en el Carnegie Hall, ese lugar que Valdés definió como "un templo único". La cantante, en una de esas frases tan suyas que desarman, apuntilló:
"Todo lugar en el que haya gente escuchando es un templo. Da igual cómo se llame y da igual donde esté".
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/01/22/actualidad/1327255516_050858.html
Do Desejo
“Não é todos os dias que se encontra o que é feito para lhe dar a imagem exata do seu desejo” (Lacan, Seminário, I, 163)
Encontro pela vida milhões de corpos; desses milhões posso desejar centenas; mas dessas centenas, amo apenas um. O outro pelo qual estou apaixonado me designa a especialidade do meu desejo.
Foram precisos muitos acasos, muitas coincidências surpreendentes (e talvez muitas procuras), para que eu encontre a Imagem que, entre mil, convém ao meu desejo. Eis um grande enigma do qual nunca terei a solução: por que desejo Esse? Por que o desejo por tanto tempo, languidamente? É ele inteiro que desejo (uma silhueta, uma forma, uma aparência)? Ou é apenas uma parte desse corpo? E nesse caso, o que, nesse corpo amado, tem tendência de fetiche em mim? Que porção, talvez incrivelmente pequena, que acidente? O corte de uma unha, um dente um pouquinho quebrado obliquamente, uma mecha, uma maneira de fumar afastando os dedos para falar? De todos esses relevos do corpo tenho vontade de dizer que são adoráveis. Adorável quer dizer: este é meu desejo, tanto que único: “É isso! É exatamente isso (que amo)!”
Epifania
Epifania é uma súbita sensação de realização ou compreensão da essência ou do significado de algo. O termo é usado nos sentidos filosófico e literal para indicar que alguém “encontrou a última peça do quebra-cabeças e agora consegue ver a imagem completa” do problema.
O termo é aplicado quando um pensamento inspirado e iluminante acontece, que parece ser divino em natureza (este é o uso em língua inglesa, principalmente, como na expressão I just had an epiphany, o que indica que ocorreu um pensamento, naquele instante, que foi considerado único e inspirador, de uma natureza quase sobrenatural).
Epifania também possui o significado de manifestação ou aparição divina.
Fonte: Wikipedia
Tradução do Ser
Tudo quanto o homem expõe ou exprime é uma nota à margem de um texto apagado de todo. Mais ou menos, pelo sentido da nota, tiramos o sentido que havia de ser o do texto; mas fica sempre uma dúvida, e os sentidos possíveis são muitos.
Fernando Pessoa, Livro do Desassossego, p. 164 (Companhia das Letras)
Da descoberta do amor
Todas as manhãs, sentava-me no assoalho da sala da frente para vigiar a porta da sua casa. Levantava a cortina apenas alguns centímetros a fim de que ninguém pudesse me descobrir. Meu coração disparava ao vê-la surgir à porta. Corria para o vestíbulo, apanhava meus livros e seguia-a. Conservava sua figura morena sempre à vista e, ao nos aproximarmos do ponto em que nossos caminhos divergiam, apressava o andar e passava à sua frente. Isso repetia-se todas as manhãs. Nunca havia falado com ela, a não ser algumas frases ocasionais e, no entanto, para o meu sangue inebriado seu nome era um apelo irresistível.
Era uma noite chuvosa e a casa estava em completo silêncio. Através de uma vidraça quebrada, eu ouvia a chuva bater contra a terra, as finas e incessantes agulhas de água tamborilando nos canteiros encharcados. Bem longe, brilhava uma luz ou janela iluminada, ela ainda acordada. Agradava-me enxergar tão pouco. Os meus sentidos todos pareciam embotar-se e, a ponto de desfalecer, apertei as mãos até meus braços começarem a tremer, murmurando: Ó amor! Ó amor!
James Joyce, do conto “Arábia” de Dublinenses, pp. 30-1 (Civilização Brasileira)
Como era o Brasil de Nelson?
Nelson Rodrigues, 100 anos, nosso Dickens do subúrbio
3janNelson Rodrigues (1912-1980) mostrou aos brasileiros como era o Brasil, em linguagem simples e direta. Ninguém mais fez isso tão bem como ele.
No ano em que completaria 100 anos – depois de intensa relação de amor e ódio com a intelectualidade brasileira — a obra de Nelson conquista certa unanimidade, a mesma que ele, ironicamente, considerava burra.
——-Na noite de 28 de dezembro de 1943, a nata da elite intelectual carioca — embaixadores, escritores, poetas e jornalistas — lotou o Teatro Municipal do Rio de Janeiro para assistir à estreia de Vestido de Noiva. O autor, o então jovem dramaturgo Nelson Rodrigues, de 31 anos, passou todo o tempo na antecâmara de um camarote, apavorado, ora de frente, ora de costas para o palco, a úlcera pegando fogo. Ao término do primeiro ato, duas palmas foram ouvidas. “Estou frito”, pensou Nelson. Acabou o segundo ato e as palmas minguaram. Nem as irmãs do autor aplaudiram. Ao fim do último ato, o pano caiu, e com ele um silêncio esmagador. Algumas palmas foram ouvidas, e outras, e mais, aumentando até o teatro ser tomado por um estrondo de aplausos frenéticos que ecoou por minutos.
Nos dias seguintes, Nelson foi acolhido por aquela elite intelectual. O poeta Manuel Bandeira e os críticos Álvaro Lins e Décio de Almeida Prado, que conheciam o texto, já haviam feito elogios públicos antes da estreia. Gilberto Freyre, Augusto Frederico Schmidt e Guilherme Figueiredo logo engrossaram o coro de admiradores. Mesmerizados com o que viram — um show de 132 efeitos de luz, 140 mudanças de cenas e 32 personagens conduzidos pelo diretor polonês Ziembinski —, Otto Maria Carpeaux, Carlos Drummond de Andrade e Alceu Amoroso Lima juntaram-se àqueles que passaram a ver em Nelson a grande novidade do teatro brasileiro.
Era isso e mais. Com Vestido de Noiva, Nelson Rodrigues entrava para o clube dos pensadores brasileiros, pertencente a uma geração — a dos anos 30 — que achava importante decifrar o país. Nos anos anteriores ao seu primeiro sucesso nos palcos surgiram as três obras magnas dessa corrente: Casa Grande & Senzala (1933), de Gilberto Freyre, Raízes do Brasil (1936), de Sérgio Buarque de Hollanda, e Formação do Brasil Contemporâneo (1942), de Caio Prado Júnior. Nelson viu-se nesse time atacando em duas frentes por muito tempo desprezadas pelos estudiosos, pela distância que guardavam do mundo acadêmico: a crônica de jornal e o teatro.
Em ambos os casos, interessava-lhe menos o estilo rebuscado do ensaio e mais a linguagem direta das ruas. Pode-se dizer que Nelson fez a crônica de seu tempo mesmo quando escreveu teatro. Nas duas formas, ele teve o mérito de resumir, de forma acessível, o Brasil para os brasileiros. Mas será que ele próprio se levava a sério como pensador das coisas brasileiras? A crítica de teatro Barbara Heliodora acha que sim. “Ele levava sua obra muito a sério, e ela revela que ele tinha, mesmo que não verbalizados, certos princípios dominantes para sua visão das coisas”, diz.
O jornal como princípio de tudo
Nelson é resultado da sucessão de revezes que marcou sua vida pessoal e do jornalismo que praticou desde cedo. Fumava quatro maços de cigarro ordinário por dia. Ficou tuberculoso aos 23 anos. Era cardíaco, enxergava muito mal e cultivou uma úlcera durante quase toda a vida. Foi repórter policial, editorialista político, cronista esportivo e autor de folhetins, crônicas, contos, romances, novelas e peças teatrais. Começou a escrever teatro premido pela falta de dinheiro, mas logo foi tomado de ambição literária. A partir de então, seu objetivo passou a ser o reconhecimento dos grandes intelectuais da época — que ele atingiu ainda jovem, no episódio descrito no início desta reportagem.
Nelson sempre esteve no jornal — e o jornal, em sua época, era o ponto de encontro dos intelectuais. Suas colunas e crônicas misturavam literatura, colunismo social, crítica literária e comentários políticos. Fustigava seus desafetos publicamente. Até Otto Lara Resende, de quem era amigo e admirador, foi alvo da sanha rodrigueana. De acordo com Victor Hugo Adler Pereira, professor de literatura da Universidade Estadual do Rio de Janeiro, o jornalismo não somente atraía uma parcela da intelectualidade que desejava interferir nos rumos da vida pública, como também oferecia possibilidades de ganho aos jovens intelectuais. “Durante os anos 50 e 60 pode-se reconhecer que a consagração pública de alguns poetas e escritores de peso, como Drummond, Cecília Meireles e até mesmo Clarice Lispector, deveu-se, em parte, à atuação nos jornais como cronistas”, afirma. Segundo o dramaturgo Caco Coelho, que coligiu num livro os primeiros escritos do autor, Nelson não via diferença entre literatura e jornalismo — e naquela época ela, de fato, quase não existia.
Como era o Brasil de Nelson?
O que torna a obra de Nelson relevante para entender o país em seu tempo é que ele buscou o chamado “Brasil profundo” no subúrbio carioca. A chamada literatura regionalista, contemporânea dos grandes ensaístas Gilberto Freyre, Sérgio Buarque e Caio Prado Júnior — e que também tentava, a seu modo, “explicar” o país —, se debruçava sobre o Brasil rural. Nelson era eminentemente urbano. A partir de A Falecida (1953) surge no teatro uma parcela da sociedade quase invisível na produção cultural nacional: a classe média, até então só focalizada por Lima Barreto. Para Fábio de Souza Andrade, professor de literatura da USP, Nelson tinha faro e pena de caricaturista e, em suas mãos, o subúrbio do Rio sobrevive à pesada estilização por trás do moralismo histriônico. “Nelson Rodrigues tinha alguma coisa de vitoriano deslocado, de Dickens da Pavuna, sem demérito para nenhum dos dois. A atualização de arquétipos míticos e uma linguagem sensível às imagens fazem do seu teatro coisa difícil de igualar”, diz.
Em sua visão do subúrbio, Nelson incorporou até Sigmund Freud, o que era extremamente ousado para a época. “Nelson, mesmo sem dominar em profundidade as lições psicanalíticas, tinha do assunto aquela informação genérica, acervo de todo cidadão de conhecimento mediano, que autorizava a tratar de incesto e assuntos familiares”, afirma o crítico Sábato Magaldi. Foi por causa disso que uma peça como Álbum de Família (1945), que levou o incesto para os palcos e inaugurou, nas palavras do próprio Nelson, a fase do “teatro desagradável”, causou tanto escândalo e foi proibida por duas décadas. A influência freudiana também está em Anjo Negro (1947), na relação incestuosa entre a jovem Ana Maria e seu pai presumido, o negro Ismael; e em Senhora dos Afogados (1947), na paixão de Moema pelo próprio pai. O mesmo vale para Vestido de Noiva, em que duas personagens mortas, Alaíde e Clessi, enunciam com liberdade — justamente porque mortas — o plano do inconsciente.
O Brasil de Nelson era, assim, cosmopolita, de temática urbana e ligado às idéias de seu tempo. Mas havia mais. Como bom cronista, ele resumiria o país numa frase de efeito que hoje é um slogan sobre o Brasil tão citado quanto o “país do homem cordial”, de Sérgio Buarque, ou o “país das idéias fora do lugar”, de Roberto Schwarz — um dos muitos críticos das posições políticas do autor durante o regime militar. Nelson é autor da expressão “complexo de vira-latas”, que surgiu durante a cobertura da Copa do Mundo de futebol, em 1958. A epopeia do Brasil em busca de seu primeiro título mundial parece feita sob medida para um manual de sociologia — ou para ilustrar o livro Casa Grande & Senzala.
Oito anos antes, o Brasil havia perdido a Copa do Mundo para o Uruguai, derrota atribuída na época a dois jogadores, por acaso, negros — o goleiro Barbosa e o lateral Bigode. Na Copa de 1958, coincidência ou não, o Brasil definiu um time titular com dez jogadores brancos e um único negro — o botafoguense Didi, inegavelmente o grande craque do país na época. No banco, nas primeiras partidas, ficaram o mulato Garrincha e o negro Pelé. Quando os dois entraram em campo, a partir do terceiro jogo, o time passou a ganhar todos os jogos e conquistou o título. Uma fábula destinada a ilustrar a obra de Gilberto Freyre, para quem o Brasil, no futuro, deixaria de considerar a mestiçagem uma desvantagem para glorificá-la, orgulhando-se deste traço da identidade nacional. Nas suas crônicas, Nelson fez, por meio do futebol, com que o país se orgulhasse de ser um caldeirão de raças. Nesse ponto, é interessante notar que seu irmão, Mário Filho, uma figura estelar na crônica esportiva, é autor do clássico O Negro no Futebol Brasileiro (1947).
Por que não temos mais um cronista como ele
Uma explicação possível é que o ambiente cultural no Brasil mudou bastante. Na época de Nelson, as circunstâncias eram bem diferentes das que vivemos hoje.
• O Brasil era pequeno, tudo acontecia no Rio de Janeiro. Nos anos 30, a então capital federal contava com pouco mais de 2 milhões de habitantes, e era ali que circulavam todas as discussões sobre a formação de um ideário nacional. Além disso, estava em curso na época um projeto urbanístico que expandiu os subúrbios cariocas, levando sua cultura — as modinhas, as serestas de violão, os cordões carnavalescos, o reisado, as brigas de galo — para o centro, para o universo da elite intelectual, e foi desse universo que Nelson extraiu a atmosfera de suas obras.
• A imprensa escrita tinha uma tremenda influência no meio intelectual. Hoje a força do jornal é relativamente menor. Ganharam prestígio as universidades, que passaram a ser as instituições de produção e intercâmbio de conhecimento. Surgiram também outros meios de comunicação — as revistas, a TV e depois a internet. No que se refere à internet, não deixa de ser curioso que os blogs tenham desenvolvido novos formatos de crônica, baseadas quase sempre num certo intimismo confessional.
• No mundo globalizado, os intelectuais não têm mais a pretensão de resumir o país em ideias básicas. Nunca mais surgiram ensaístas — ou cronistas, ou dramaturgos — com a pretensão de decifrar a alma brasileira simplesmente porque hoje ninguém mais busca isso.
Tudo isso é verdade, mas nenhuma dessas razões oculta a evidência mais simples de todas — a de que gênios são mesmo raros. Por enquanto, embora inúmeros talentos do jornalismo e do teatro tenham surgido, nenhum deles suplantou o artista múltiplo que foi Nelson Rodrigues. Na história do pensamento brasileiro, Nelson já foi pulha, já foi santo. Mas, como ele escreveu certa vez, “o gênio, não sei por quê, é mais difícil do que o santo ou o pulha”.
Uma versão deste texto foi publicada originalmente na revista Bravo! em julho de 2007
http://epimenta.wordpress.com/2012/01/03/nelson-rodrigues-100-anos-nosso-dickens-do-suburbio/
"um menino"
Nelson Rodrigues
"Sou um menino que vê o amor pelo buraco da fechadura. Nunca fui outra coisa. Nasci menino, hei de morrer menino. E o buraco da fechadura é, realmente, a minha ótica de ficcionista. Sou (e sempre fui) um anjo pornográfico."
siga lendo em: http://www.releituras.com/nelsonr_bio.asp
Nelson Rodrigues na intimidade
Uma raridade filmada em 1968 pelo teatrólogo João Bethancourt que mostra Nelson Rodrigues em 1968 na sua casa, na intimidade de seu lar, lançado livro, batendo com dois dedos, em programa de televisão com João Saldanha, na redação do jornal O Globo.. O filme foi achado recentemente nos Estados Unidos.
Postado por André Setaro às 04:36
Read more: http://clippingsetaro.blogspot.com/2012/01/nelson-rodrigues-na-intimidade.html#ixzz1kCzWqax2
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