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domingo, 5 de agosto de 2012

"Fue una diosa, pero una diosa marginal"

Pedro Almodóvar publica en el Facebook de su productora un texto de recuerdo a su amiga.

ADIÓS VOLCÁN


by el deseo on Sunday, August 5, 2012
Durante veinte años la busqué en sus escenarios habituales y desde que la encontré en el diminuto backstage de la madrileña Sala Caracol llevo otros veinte años despidiéndome de ella, hasta esta larguísima despedida, bajo el sol abrasivo del agosto madrileño.

Chavela Vargas hizo del abandono y la desolación una catedral en la que cabíamos todos y de la que se salía reconciliado con los propios errores, y dispuesto a seguir cometiéndolos, a intentarlo de nuevo.

El gran escritor Carlos Monsiváis dijo “Chavela Vargas ha sabido expresar la desolación de las rancheras con la radical desnudez del blues”. Según el mismo escritor, al prescindir del mariachi Chavela eliminó el carácter festivo de las rancheras, mostrando en toda su desnudez el dolor y la derrota de sus letras. En el caso de “Piensa en mí”, (eso lo digo yo) una especie de danzón de Agustín Lara, Chavela cambió hasta tal punto el compás original que de una canción pizpireta y bailable se convirtió en un fado o una nana dolorida.

Ningún ser vivo cantó con el debido desgarro al genial José Alfredo Jiménez como lo hizo Chavela. “Y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira. Les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca (YO NUNCA, cantaba ella) he llorado”. Chavela creó con el énfasis de los finales de sus canciones un nuevo género que debería llevar su nombre. Las canciones de José Alfredo nacen en los márgenes de la sociedad y hablan de derrotas y abandonos, Chavela añadía una amargura irónica que se sobreponía a la hipocresía del mundo que le había tocado vivir y al que le cantó siempre desafiante. Se regodeaba en los finales, convertía el lamento en himno, te escupía el final a la cara. Como espectador era una experiencia que me desbordaba, uno no está acostrumbrado a que te pongan un espejo tan cerca de los ojos, el desgarro con tirón final, literalmente me desgarraba. No exagero. Supongo que habrá alguien por ahí que le pasara lo mismo que a mí.

En su segunda vida, cuando ya tenía más de setenta años, el tiempo y Chavela caminaron de la mano, en España encontró una complicidad que Méjico le negó. Y en el seno de esta complicidad Chavela alcanzó una plenitud serena, sus canciones ganaron en dulzura, y desarrolló todo el amor que también anidaba en su repertorio. “Oye, quiero la estrella de eterno fulgor, quiero la copa más fina de cristal para brindar la noche de mi amor. Quiero la alegría de un barco volviendo, y mil campanas de gloria tañendo para brindar la noche de mi amor.” A lo largo de los años noventa y parte de este siglo, Chavela vivió esta noche de amor, eterna y feliz con nuestro país, y como cada espectador, siento que esa noche de amor la vivió exclusivamente conmigo. Chavela te cantaba solo a tí, al oído, y cuando el torrente de su voz fue menos potente, (no hablo de declive, ella no lo conoció, hizo y cantó lo que quiso y como quiso) Chavela se volvió más íntima. Las mejores versiones de “La llorona” las interpretó en sus últimos conciertos. Abordaba la canción con un murmullo, y en ese tono continuaba, recitando palabra por palabra, hasta llegar al épico final. Cantar lo que se dice cantar solo cantaba la última estrofa, de un modo ascendente hasta gritar su última y breve palabra. “Si como te quiero quieres llorona, quieres que te quiera más. Si ya te he dado la vida, llorona, qué más quieres. ¡Quieres MÁS!" Estremecía escuchar la palabra “más” gritada por Chavela.

La presenté en decenas de ciudades, recuerdo cada una de ellas, los minutos previos al concierto en los camerinos, ella había dejado el alcohol y yo el tabaco y en esos instantes éramos como dos síndromes de abstinencia juntos, ella me comentaba lo bien que le vendría una copita de tequila, para calentar la voz, y yo le decía que me comería un paquete de cigarrillos para combatir la ansiedad, y acabábamos riéndonos, cogidos de la mano, besándonos. Nos hemos besado mucho, conozco muy bien su piel.

Los años de apoteosis española hicieron posible que Chavela debutara en el Olympia de París, una gesta que solo había conseguido la gran Lola Beltrán antes que ella. En el patio de butacas tenía a mi lado a Jeanne Moreau, a veces le traducía alguna estrofa de la canción hasta que Moreau me murmuró “no hace falta, Pedro, la entiendo perfectamente” y no porque supiera español.

Y con su deslumbrante actuación en el Olympia parisino consiguió, por fin, abrir las puertas que más férreamente se le habían cerrado, las del Teatro Bellas Artes de Méjico DF, otro de sus sueños. Antes de la presentación en París un periodista mejicano me agradeció mi generosidad con Chavela. Yo le respondí que lo mío no era generosidad, sino egoísmo, recibía mucho más que daba. También le dije que aunque no creía en la generosidad sí creía en la mezquindad, y me refería justamente al país de cuya cultura Chavela era la embajadora más ardiente. Es cierto que desde que empezara a cantar en los años cincuenta en pequeños antros (¡lo que hubiera dado por conocer El Alacrán, donde debutó con la bailarina exótica Tongolele!) Chavela Vargas fue una diosa, pero una diosa marginal. Me contó que nunca se le permitió cantar en televisión o en un teatro. Después del Olympia su situación cambió radicalmente. Aquella noche, la del Bellas Artes del D.F., también tuve el privilegio de presentarla, Chavela había alcanzado otro de sus sueños y fuimos a celebrarlo y a compartirlo con la persona que más lo merecía, José Alfredo Jiménez, en el bar Tenampa de la Plaza de Garibaldi. Sentados debajo de uno de los murales dedicados al inconmensurable José Alfredo bebimos y cantamos hasta el amanecer (ella no, solo bebió agua aunque al día siguiente los diarios locales titulaban en su portada “Chavela vuelve al trago”). Cantamos hasta el delirio todos los que tuvimos la suerte de acompañarla esa noche, pero sobre todo cantó Chavela, con uno de los mariachis que alquilamos para la ocasión. Era la primera vez que la escuchábamos acompañada por la formación original y típica de las rancheras. Y fue un milagro, de los tantos que he vivido a su lado.

En su última visita a Madrid, en una comida íntima con Elena Benarroch, Mariana Gyalui y Fernando Iglesias, tres días antes de su presentación en la Residencia de Estudiantes, Elena le preguntó si nunca olvidaba las letras de sus canciones. Chavela le respondió: “a veces, pero siempre acabo donde debo”. Me tatuaría esa frase en su honor. ¡Cuántas veces la he visto terminar donde debe! Aquella noche en el indescriptible bar Tenampa, Chavela terminó la noche donde debía, bajo la efigie de su querido compañero de farras José Alfredo, y acompañada de un mariachi. Las canciones que ella desagarró en el pasado, acompañada por dos guitarras, volvieron a sonar lúdicas y festivas, donde y como debía ser. “El último trago” fue aquella noche un delicioso himno a la alegría de haberse bebido todo, de haber amado sin freno y de seguir viva para cantarlo. El abandono se convertía en fiesta.

Hace cuatro años fui a conocer el lugar de Tepoztlán donde vivía, frente a un cerro de nombre impronunciable, el cerro de Chalchitépetl. En esos valles y cerros se rodó “Los siete magníficos”, que a su vez era la versión americana de “Los siete samuráis” de Kurosawa. Chavela me cuenta que la leyenda dice que el cerro abrirá sus puertas cuando llegue el próximo Apocalipsis y solo se salvarán los que acierten a entrar en su seno. Me señaló el lugar concreto de la ladera del cerro donde parecían estar dibujadas dichas puertas.

Circulan muchas leyendas, orgánicas, espirituales, vegetales, siderales, en esta zona de Morelos. Además de los cerros, con más roca que tierra, Chavela también convive con un volcán de nombre rotundo, Popocatépetl. Un volcán vivo, con un pasado de amante humano, rendido ante el cuerpo sin vida de su amada. Tomo nota de los nombres en el mismo momento en que salen de los labios de Chavela y le confieso mis dificultades para la pronunciación de las “ptl” finales. Me comenta que durante una época las mujeres tenían prohibido pronunciar estas letras. ¿Por qué? Por el mero hecho de ser mujeres, me responde. Una de las formas más irracionales (todas lo son) de machismo, en un país que no se avergüenza de ello.

En aquella visita también me dijo “estoy tranquila”, y me lo volvió a repetir en Madrid, en sus labios la palabra tranquila cobra todo su significado, está serena, sin miedo, sin angustias, sin expectativas (o con todas, pero eso no se puede explicar), tranquila. También me dijo “una noche me detendré”, y la palabra “detendré” cayó con peso y a la vez ligera, definitiva y a la vez casual. “Poco a poco”, continuó, “sola, y lo disfrutaré”. Eso dijo.

Adiós Chavela, adiós volcán.

Tu esposo, en este mundo, como te gustaba llamarme,

Pedro Almodóvar.

"Piensa en mí" - Chavela Vargas



La mítica canción de Agustín Lara, "Piensa en mí", en la voz de Chavela; y las imágenes de dos trailers originales de memorables películas de Pedro Almodóvar: "Carne trémula" y "Los abrazos rotos".

Buen viaje!!!!! Queda tu voz!!!!

"Así me voy a morir, libre, sin yugos"

Chavela Vargas

"Así me voy a morir, libre, sin yugos"

PABLO ORDAZ 10 MAY 2009


No hay que fiarse de la silla de ruedas ni de las arrugas en el rostro. Tampoco de las gafas oscuras tras las que esconde su mirada. Ni siquiera de los 90 años que, según el calendario, acaba de cumplir. Todo es un disfraz. Tras él sigue viva, divertida, feroz, indomable, Chavela Vargas. Ya no bebe tequila ni fuma cigarros. Ya no enamora mujeres por derecho, a plena luz del día. Tal vez porque aquel alcohol, aquel humo y aquellas caricias ya no son piedra de escándalo, territorios prohibidos. Supo huir de Costa Rica a los 17 años. De aquella época recuerda a unos abuelos a los que apenas conoció, a unos padres a los que conoció demasiado y a unos tíos "a los que Dios tenga en el infierno". Su mejor juguete fue un revólver con el que distraía la soledad disparando a las culebras. Llegó a México en un avión de hélice, se hizo cantante de rancheras, se forjó una leyenda negra. Conoció y disfrutó a los mejores -Diego Rivera, Frida Kahlo, José Alfredo Jiménez-, pero también tuvo que fajarse con los peores. Dicen que manejaba la guitarra y el gatillo con idéntica destreza, porque ya se sabe que a los de su estirpe el destino no les pone red y tienen que jugarse el futuro a vida o muerte. Ni qué decir tiene que Chavela Vargas se ganó un lugar entre los grandes, y ahora está aquí, en la azotea de un hotel de la plaza del Zócalo, en el corazón de la ciudad de México, justo dos días antes de estallar la alarma por la gripe porcina, charlando de sus sentimientos, esculpiendo cada frase lentamente, como si fuera a una gruta a elegir las palabras y sólo regresara con las mejores. A veces se queda callada. Y sólo vuelve a hablar cuando está segura de que sus frases van a mejorar el silencio. Quién supiera hablar como calla Chavela.



"Me costó salir adelante, pero nunca me agaché". Chavela Vargas, figura de libertad, la voz desgarrada de México, ha cumplido 90. Y quiere despedirse como vivió. Sin deberle nada a nadie.

El escritor Carlos Monsiváis dijo en su homenaje que nadie le habla de usted. Que hablarle de usted a Chavela sería como si uno mismo se hablase de usted?
Monsiváis, mi amigo del alma. Lo quiero mucho. Y tiene razón. Nadie me habla de usted. Me molesta la distancia del usted. Es una cosa muy especial. Háblame de tú.

La ciudad de México se volcó en tu homenaje. Y llegaron mensajes de cariño de tus amigos de todo el mundo.
Yo estoy muy contenta, porque se anunció un homenaje y no fue un homenaje. Fue una confesión. Yo veía a todo el mundo. Y le hablaba al oído a cada uno. Y cada uno de los que allí estaban me hablaba al oído a mí. Lo sentí todo, lo vi todo. A mis años no estoy sorda ni estoy tonta. Lo oigo todo y me estaba dando cuenta de todo lo que pasaba a mi alrededor.

¿Y qué estaba pasando?
El público me estaba pidiendo amor. Que es lo que a la gente le hace falta. Los artistas estamos sosteniendo un mundo que se está cayendo. Damos esperanza. Por eso se arriman a mí, creyendo encontrar el amor. Y a veces sí lo encuentran y otras veces no, porque yo tampoco lo tengo.

¿Te diste cuenta de las edades de la gente que te sigue? Había gente de 18 años?
Y hasta de 80. Como Tongolele [la bailarina y actriz Yolanda Ivonne Montes].

Hay artistas que tienen un público que va creciendo a su ritmo, pero no es tu caso. Cuando vas a España y te alojas en la Residencia de Estudiantes, aquello se llena de jóvenes.
Me encantan los jóvenes. La maravilla de mi vida es que yo nunca me he sentido importante. Yo voy por la vida como un oficio. Con todo el corazón, con todo el sentimiento, pero como si fuera una cosa ya impuesta por el destino. El destino quiso que yo estuviera en un escenario, y lo estoy cumpliendo, porque las órdenes quién sabe de dónde vendrán. Eso que llaman alma, que es intangible, que es mentira, de donde viene toda la cosa artística, también te lo regala el destino.

¿Y de dónde viene el alma?
Quién sabe.

Entonces, ¿no se puede ir a una escuela a aprender el arte, a buscar el duende?
Es imposible. Es inútil perseguir el duende. No lo puedes comprar. No lo puedes alquilar.

Ni simular?
Nada, nada. O es natural o el público se da cuenta. Y yo me siento muy contenta. He cumplido una misión. Con mucho gusto. No forzada. Con amarguras a veces. Con dolor más que nada. Pero eso pasó. No dejó cicatrices en mi vida. No tengo malos recuerdos. Todo ha sido bellísimo.

¿Estás satisfecha?
Sí.


A ti te gustaron siempre las cantinas con carácter. ¿Cuándo estuviste en alguna por última vez?
Con Pedro [Almodóvar]. Ésa fue la última vez. Fue muy gracioso. Nos sentamos en la mesa de José Alfredo Jiménez y Pedro estaba feliz. Y yo le dije: -No tomes tequila, porque cuando te dé el aire te caes. Y me dijo: -No te preocupes. ¡Pues en cuanto le dio el aire se cayó! Le pasa a todo el mundo. A todos los turistas. Se caen. Es encantador el tequilazo. Me parece divino que México tenga eso del tequilazo. Bajas del avión, te tomas un traguito? ¡y al suelo!

¿Qué es para ti Pedro?
Es mi amor en la tierra. Es mi único amor en la tierra.

Él dice que cuando se muera, antes que como director de cine, quiere ser recordado como amigo de Chavela Vargas.
Es lindo que diga eso. Es lindo, sí.

¿Por qué esa relación?
Somos almas gemelas. Tenemos mucho en común.

¿Qué tenéis en común?
El dolor y la angustia y todo lo que hace falta para crear. Hay que inventar las cosas y cuando se inventan, duelen.

Qué bonito eso que dices?
Duelen mucho. Hay que sostener la mentira. Hay que sostener todo eso, que duele mucho. Día con día te duele. Tienes miedo a que se descubra la verdad. Tú te sonríes, porque suena simpático, pero es verdad. Y a Pedro y a mí nos pasa lo mismo. Parecemos muy valientes, pero por dentro... Por dentro "Sólo Dios sabe"

¿Me estás hablando de la soledad?
Soledad es libertad. Y nosotros somos libres, libres, libres? Que es lo más bello. Yo no tengo yugos. Yo no me agacho ante nadie. Jamás. Y lo mismo le pasa a Pedro. Nos ofrecen millones por una cosa y preferimos ir de gratis a otra. El alma vale más que los millones. Así somos. Y me encanta ser así y así me voy a morir, libre, porque ya no me falta mucho. Soy consciente de que ya voy terminando mi jornada.


Sigam lendo essa maravilhosa entrevista em: http://elpais.com/diario/2009/05/10/eps/1241936812_850215.html

Gracias por la música Chavela!






Fallece Chavela Vargas, un mito latino


Chavela Vargas en una imagen de 1996. / SANTOS CIRILO

Dirán que este 5 de agosto ha muerto en Cuernavaca, Morelos, Isabel Vargas Lizano, nacida en 1919, natural de Costa Rica, referente de la canción mexicana, amiga de grandes artistas del siglo XX, cantante de oficio y dueña de un sentimiento que conquistó ambos lados del Atlántico. Pero la verdad es que Isabel Vargas Lizano, mejor conocida como Chavela Vargas, la voz que trascendió rancheras, boleros, corridos revolucionarios, tangos y canciones cubanas para forjar un estilo dulce y desgarrado, hondo y bravío, macho y femenino… la verdad es que no ha muerto, solo ha comenzado esta noche de agosto su balada inmortal.
Chavela era como los toreros, siempre se despedía y siempre regresaba. No se le dio la gana morirse en su último viaje a España, cuando el 12 de julio fue ingresada en el hospital por agotamiento. Los peores augurios tuvieron que esperar. Pisaría de nuevo México. Todo fue aterrizar para que comenzara el canto chavelesco: “Ya vine de donde andaba, se me concedió volver. A mí se me figuraba, que no les volvería a ver”. La letra de El Ausente fue el saludo que pusieron sus amigos en la cuenta de Twitter abierta a nombre de la Vargas. “México lindo y querido, qué bello es volver, qué bello es respirar tu aire y ver la luna junto al Chalchi. México creo en ti”. Del Chalchi, su escarpada montaña de Tepoztlán, se despediría el 30 de julio, cuando se la llevaron al hospital donde dejó de respirar a los 93 años.
No la venció el alcohol ni el olvido. No se perdió en la fama ni en los recuerdos. Mostraba la misma pasión por los grandes que por las simples cosas. Le aburría que le preguntaran por Frida Kahlo, pero le divertía recordar, de buenas a primeras, lo que vivió con la pintora y con Diego Rivera al poco de haber llegado a México.
“Me invitaron a una fiesta en su casa. Y ya me quedé, me invitaron a quedarme con ellos a vivir y aprendí todos los secretos de la pintura de Frida y Diego. Secretos muy interesantes que nunca desvelaré, jamás. Y éramos felices todos. Éramos una gente que vivía día con día, sin un centavo, tal vez sin qué comer, pero muertos de la risa. Todo el tiempo. Me fui acostumbrando a ellos, acostumbrándome a sus costumbres”, le dijo Chavela a Pablo Ordaz, de EL PAÍS, en abril de 2009, fecha en que celebró sus primeros noventa años.
Chavela Vargas en 1993. / Marisa Flórez

Cuando ya nadie creía que podía cantar dio un recital en el Teatro de la Ciudad en 2009. Cuando ya todos se resignaban a la eternidad de clásicos como La Macorina o Piensa en Mí, produjo el año pasado el disco La Luna Grande. Cuando pocos creían que podría viajar, regresó la primera semana de julio a Madrid, donde la muerte le coqueteó sin éxito. Murió viviendo. Con su última gira todavía fresca, como los grandes, sin importar la edad, activa como siempre desde que descubrió su destino y no supo hacer más nada que cantar y amar. “Las personas, simplemente, aman o no aman. Los que aman, lo harán siempre a todas horas, intensa y apasionadamente. Los que no aman, jamás se elevarán ni un centímetro del suelo. Hombres y mujeres grises, sin sangre”, dijo alguna vez.
El calendario de la vida de Chavela está hecho de saltos y leyendas que incluso confunden la fecha misma de su nacimiento (se enojaba cuando intentaban corregirle la mentira sobre su edad). De recuerdos amargos de Costa Rica, país que dejó a los 14 o a los 17 años, la fecha que gusten es buena, y al que regresó al arrancar el siglo XXI para confirmar, siete meses después, que ella era de México, pero ya no de la capital, con sus fríos, sus chubascos traicioneros y sus madrugadas de fiesta. Para amanecer en sus últimos años eligió Tepoztlán, un pueblo de clima templado donde ella amanecía dialogando con El Chalchi, su monte-chamán.
“El Chalchi me habla y se queda callado de una estrella a la otra, se queda de un silencio armonioso, es muy bello, y como sabe que yo detesto el invierno, que vienen los fríos, las noches de Agustín Lara. En esta noche de frío/ de duro cierzo invernal/ llegan hasta el cuarto mío/ las quejas del arrabal…”, así contestaba una pregunta de EL PAÍS en noviembre pasado, mitad hablando, mitad canción que salía incontenible.
“A comienzos de los años cincuenta, en un momento que resultó decisivo para la historia de la música en aquel país, se cruzaron las trayectorias del compositor que llevó la canción mexicana hacia lo más alto y la cantante que la puso boca abajo, que le dio la vuelta para mirar a lo más hondo”, dice Enrique Helguera de la Villa, en el prólogo Dos vidas necesito: las verdades de Chavela, volumen editado en España por la propia cantante y su coautora y amiga María Corina.
El arrabal reivindicado. Hoy que escuchar rancheras puede ser hasta chic. Hoy que mujeres vestidas de hombre son cool. Hoy que ser lesbiana es por fin y poco a poco reconocido como lo que siempre fue, una condición que no admite adjetivos, hoy el tamaño de Chavela solo ha crecido, pues vivió cada etapa sin pedir permiso, sin rogar perdón. “Yo nací así. Desde que abrí los ojos al mundo. Yo nunca me he acostado con un señor. Nunca. Fíjate qué pureza, yo no tengo de qué avergonzarme... Mis dioses me hicieron así”, dice Chavela, citada en el documento que el gobierno mexicano sometió en la primavera al premio Príncipe de Asturias al hacer de la cantante su candidata para el galardón de las artes.
En ese mismo dossier, Carlos Monsiváis explica: “Cuando Chavela Vargas empezó a cantar a finales de los cincuenta, sorprendió por su actitud desafiante y su apuesta radical. No sólo fue su apariencia la que se saltaba las reglas establecidas, sino que musicalmente prescindió del mariachi, con lo que eliminó de las rancheras su carácter de fiesta y mostró al desnudo su profunda desolación”.
El recientemente fallecido Carlos Fuentes dijo que “oír a Chavela es saber que no somos parte del rebaño, parte del montón. La oímos y sabemos que canta para nosotros, y sentimos que nos quiere, que nos aprecia, que nos necesita”. Quizá eso pasaba por la honestidad de la cantante: “jamás ensayé, jamás preparé nada. Era la espontaneidad. Era entrar en una cosa sagrada, cada canción, y así las iba cantando, a veces conciertos de horas, y no me daba cuenta”, dijo Chavela a este reportero en su casa de Tepoztlán en noviembre pasado.
Las décadas pasaron y ella se quedó sola. Murieron sus compositores y amigos José Alfredo, Álvaro Carrillo, Tomás Méndez, Tata Nacho, Cuco Sánchez, Manuel Esperón. Se volvieron mito Pedro Infante, Diego Rivera, Frida Kahlo y Trotsky. Desaparecieron escenarios como El Patio y otros entraron en letargo, como El Blanquita. El México de los años setenta se hundió en la crisis económica y Chavela en el alcohol. Pero ella resurgió. En 1991, cantó en Coyoacán y volvió a convivir con los grandes, para empezar con Werner Herzog, que la invitó a El grito de piedra. Quince años de retiro que no hicieron mella: “se me abrieron las puertas: esperaban que yo volviera”.
El año siguiente ya era un triunfo en España, donde en 1992 recibió la medalla de Oro de la Universidad Complutense de Madrid. Participa en Kika (1992) La flor de mi secreto (1995) y Carne Trémula (1997), cintas de su “alma gemela” Pedro Almodóvar. El Olympia de París le programa en 1994, el Carnigie Hall en 2003. Los discos suman 80 y son variadas sus participaciones en películas, entre ellas Frida (2002) de Julie Taymor y Babel (2006), de Alejandro González Iñárritu.
“Yo quiero que algún día se entienda que mi mensaje ya no es de la garganta, ya no es de disco, ya no es de concierto: es la voz inmensa del individuo humano que está callada, que no tiene nombre, que no puede llamársele de ninguna manera. Eso es lo que yo siento, eso es lo que no me deja morir hasta que la gente sepa que mi canto no es canto, que es algo más allá del dolor, más allá de la angustia, más allá del saber, más allá de todo, del arte en sí mismo”, dijo en una entrevista realizada en Madrid y publicada en la revista Letras Libres en septiembre de 2003.
“Me voy. Les dejo de herencia mi libertad, que es lo más preciado del ser humano”, dice en esa charla. Pero estuvo nueve años más de un lado a otro, y visitó en julio sus “madriles”, y volvió a la Residencia de Estudiantes de Madrid para evocar a Lorca y brindarle La Luna Grande, y ya rumbo a México el 26 de julio mandó decir en Twitter: “Mil gracias por todo España. Recogí mi alma, pero volví a dejar mi corazón en Madrid y para siempre...". Su alma solo esperó a llegar a Tepoztlán para empezar a tenderse sobre todos los que alguna vez han llorado, gritado y amado, como y con Chavela Vargas.

Tribute to Marilyn Monroe




 


On the 50th anniversary of her death this archive footage gives a glimpse of the life of
 Marilyn Monroe



"I don't want to make money--- I just want to be wonderful."

Marilyn Monroe
June 1, 1926 - August 4, 1962

This is my tribute to Marilyn Monroe, who died 48 years ago today. She lived a great life, although it ended too soon. Even after all these years, she still serves as a role model for people all over the world. She definitely deserves a tribute, although this isn't much.

Anyway, I hope you guys like it! It took me unreasonably long. o__0

Song: Forever Young
Artist: Youth Group
Footage: Gentlemen Prefer Blondes, Marilyn: The Last Days, Something's Got to Give, a variety of real-life footage
Focus: Marilyn Monroe
Program: Sony Vegas 7.0
Disclaimer: I own nothing but the editing

Pictures from Google Images, thisismarilyn.com, and marilynfan.org

Enjoy! :)

Marilyn delivers the message...


"I want to grow old without face-lifts...I want to have the courage to be loyal to the face I have made. Sometimes I think it would be easier to avoid old age, to die young, but then you'd never complete your life, would you? You'd never wholly know yourself."

"With fame, you know, you can read about yourself, somebody else's ideas about you, but what's important is how you feel about yourself -for survival and living day to day with what comes up."

"I am not interested in money. I just want to be wonderful."

 "Fame is fickle and I know it. It has its compensations, but it also has its drawbacks and I've experienced them both."

"No-one ever told me I was pretty when I was a little girl. All little girls should be told they are pretty, even if they aren't."

"My illusions didn't have anything to do with being a fine actress. I knew how third rate I was. I could actually feel my lack of talent, as if it were cheap clothes I was wearing inside. But, my God, how I wanted to learn, to change, to improve!"

"Only the public can make a star. It's the studios who try to make a system out of it."


"If I play a stupid girl and ask a stupid question I've got to follow it through. What am I supposed to do -look intelligent?"


"Some people have been unkind. If I say I want to grow as an actress, they look at my figure. If I say I want to develop, to learn my craft, they laugh. Somehow they don't expect me to be serious about my work."

"I don't understand why people aren't a little more generous with each other."  Press comment on posing nude for calendar in 1949...

"My sin has been no more than I have written posing for the nude picture because I need fifty dollars desperately to get my car out of hock."

"There was my name up in lights. I said 'God, somebody's made a mistake. But there is was, in lights. And I sat there and said, 'Remember, your're not a star'. Yet there it was up in lights."

"An actor is supposed to be a sensitive instrument. Isaac Stern takes good care of his violin. What if everybody jumped on his violin?"

"That's the trouble, a sex symbol becomes a thing. But if I'm going to be a symbol of something, I'd rather have it sex than some other things we've got symbols of."

"The only people I care about are the people in Times Square, across the street from the theatre, who can't get close as I come in. If I had light make-up on, they'd never see me. This make-up is for them..."

"Men who think that a woman's past love affairs lessen her love for them are usually stupid and weak. A woman can bring a new love to each man she loves, providing there are not too many."

"It stirs up envy, fame does. People...feel fame gives them some kind of privilege to walk up to you and say anything to you -and it won't hurt your feelings -like it's happening to your clothing."

MARILYN MONROE: O DOCE ANJO DO SEXO




 SÉRGIO AUGUSTO - O Estado de S.Paulo


 Soube da morte de Marilyn Monroe por uma amiga. Ali pelo meio de um domingo convenientemente nublado, o telefonema ominoso: "Acabei de ouvir no rádio que a Marilyn morreu". Acidente de carro?, perguntei. "Não. Parece que ela se suicidou." Sem experiência com a morte de parentes ou amigos próximos, a morte de Marilyn, que hoje completa 50 anos, me deixou inusitadamente arrasado; até então nunca havia lidado com o desaparecimento de alguém com presença tão marcante em minha vida ainda tão pouco vivida.

Sua mais remota aparição diante dos meus olhos e ao alcance de minha palmar cupidez deu-se nas páginas da revista O Cruzeiro, no início dos anos 1950: ela metida num vestido feito de saco de aniagem para marquetar a ideia de que com qualquer invólucro a mais promissora estrelinha da Fox era um prodígio de elegância carnal. Foi minha primeira epifania voyeurística. A sexualidade da minha geração tem um débito incalculável com Marilyn Monroe.

Algum tempo se passou até que eu passasse a desfrutá-la na tela, como Rose Loomis, Lorelei Lee, Kay Weston, a levar marmanjos à loucura, induzi-los ao uxoricídio, ao adultério - ou simplesmente domesticá-los, como a desajeitada crooner Chérie fez com o caubói capiau de Nunca Fui Santa. Se a garota (ou o pecado) que na verdade morava em cima, não ao lado, extravasou o sex-appeal de Marilyn, explorando-lhe todas as curvas do corpo, em especial seus dotes calipígios, e plasmando sua pose mais mítica, com a saia esvoaçante sobre a grade do metrô, a angelical garota de Nunca Fui Santa adocicou-lhe a sensualidade, metamorfoseou a Vênus platinada numa criatura prosaica, frágil e vulnerável.

Marilyn ainda encarnaria três outras Afrodites de ribalta, Elsie (a corista de O Príncipe Encantado, cujas filmagens inspiraram o recente Sete Dias com Marilyn), Sugar Cane (a esfuziante flapper de Quanto Mais Quente Melhor) e Amanda Dell (a romântica dançarina de Adorável Pecadora), mas a candura projetada por Chérie e o desamparo estampado em cada gesto da Roslyn Taber de Os Desajustados marcaram sua imagem até o fim. Foi com essa persona - de mulher meiga, carente, desestabilizada emocionalmente e também deixada na orfandade pela indústria que ajudara a resistir ao impacto da televisão - que a mídia a pranteou em agosto de 1962. Com a pieguice de praxe.

Só este que agora aqui celebra a perene vitalidade do mito MM cometeu, na época, dois necrológios pateticamente sentimentaloides. Deles Marilyn emergia como uma santa imolada no altar do cinema, uma vítima das injunções mais mesquinhas da "usina de sonhos" de Hollywood, o que só em parte era verdade. Marilyn nunca foi santa; mártir do sadismo patriarcalista dominante no business cinematográfico, talvez tenha sido.

Na mais célebre biografia da atriz, publicada em 1973, Norman Mailer chamou-a de "doce anjo do sexo" e comparou o açucarado sexo que ela exalava ao som de um violino. "Sexo é parte da natureza; eu me dou bem com a natureza", Marilyn proclamou numa entrevista, na vã tentativa de encerrar uma discussão bizantina sobre seu jeito desinibido de ser. Sua exacerbada sexualidade, para alguns tributária dos abusos que sofrera na infância, acabou assimilada pelas feministas como uma afirmação de superioridade da mulher com pleno domínio de suas armas de sedução.

O olhar mormacento, a um só tempo sapeca e inocente, os lábios ligeiramente entreabertos, a voz sussurrante, a gestualidade dengosa, o rebolado voluptuoso e inimitável - nenhuma outra diva cinematográfica soube explorar seu arsenal de sedução com tamanha convicção e igual ressonância. Na certa influenciado pelo ar meio sonso que a miopia impunha à atriz, o fotógrafo Cecil Beaton definiu-a como "uma ninfômana hipnotizada", cujo sorriso, radiante e frequente, acrescento, jamais conseguiu disfarçar a intensa tristeza que seus olhos traíam.

Sem berço, pai desconhecido, mãe louca, mal casada dos 16 aos 20, operária de fábrica, Norma Jean Mortensen tinha tudo para não dar certo. Usando astuciosamente o corpo, ascendeu a miss (foi até a Rainha da Alcachofra da Califórnia, em 1947), modelo e pin-up de calendário de posto de gasolina. Nua em pelo sobre um tapete vermelho, virou a primeira playmate da Playboy. Pela pose histórica ganhou US$ 50, um dos melhores investimentos do século passado.

Àquela altura, já aparecera discretamente em duas dezenas de filmes, com maior destaque em A Malvada e O Segredo das Joias, sempre no papel de loura burra. Ainda era uma modesta starlet, sem pejo de vender favores sexuais aos mandachuvas dos estúdios, quando a foto na Playboy acelerou sua ascensão a estrela.

Nenhum outro mito feminino da cultura pop permaneceu em evidência durante tanto tempo: 15 anos diante das câmeras, 50 anos numa cripta do Westwood Memorial Park. Seu culto já atravessou três gerações, renovando e multiplicando o número de fiéis, inclusive entre seus presuntivos avatares. Madonna prestou uma homenagem a Os Homens Preferem as Louras no videoclipe Material Girl. Lindsay Lohan e Megan Fox colecionam tudo o que da atriz encontram em lojas e leilões, e não se cansam de plagiar seu estilo intransferível em fotos para revistas de fofocas. Lohan mandou tatuar no pulso um mantra marilyniano: "Todo mundo é uma estrela e merece cintilar". Nenhuma cintilou mais que Marilyn.

Beneficiada por uma conjunção de fatores-tinha um corpaço (1,66 m de altura, 94 cm de busto, 58 cm de cintura e 92 cm de quadril), talento para comédia, vocação para cantora e dançarina, trabalhou com diretores de peso como Fritz Lang, Joseph L. Mankiewicz, Otto Preminger, Joshua Logan, duas vezes com John Huston, Billy Wilder e Howard Hawks -, ainda por cima fez carreira numa época em que as mulheres, ad gloriam luxuriae, não deformavam o corpo com silicone e botox, não banalizavam seu sex-appeal tirando a roupa como quem acende um cigarro, nem se expunham ao ridículo e à vulgaridade exibindo as partes pudendas e cafungando cocaína para as lentes dos paparazzi.

Por ordem do estúdio, Marilyn vestiu duas calcinhas brancas para rodar a cena do vestido esvoaçante de O Pecado Mora ao Lado. Uma apenas deixaria transparecer os pelos pubianos da atriz, tabu no cinema americano da época. Há 60 anos, as estrelas da tela não só não se siliconavam como não cultivavam o hábito de barbear a genitália. Os pelos de Marilyn só seriam vistos, in natura, nos stills da filmagem de Something Gotta Give, seu último mas inacabado filme.

O site da Amazon vende 22.475 produtos relacionados à atriz, desde livros, CDs, DVDs, pôsteres e roupas até um enorme decalque de parede com seus lábios rubros e uma frase de sua lavra. A princesa Diana tem um terço disso e Madonna, menos de um quarto, quase o mesmo montante de Elizabeth Taylor, que fez muito mais filmes do que Marilyn e morreu faz pouco tempo. Liz Taylor esbanjava glamour, brilho de estrela, mas desencarnou desprovida dos encantos de outrora, idosa e adiposa. Ao menos nas fotos, Marilyn ainda estava linda e luminescente aos 36 anos, quando uma dose letal de barbitúricos a tirou de cena para sempre.

Nunca uma mulher inspirou tantos livros. Mesmo que juntássemos tudo o que se escreveu sobre Elizabeth I, Mary da Escócia, Eleanor Roosevelt e Florence Nightingale, a pilha de obras inspiradas em Marilyn continuaria maior. Só em 2010, mais seis livros sobre ela chegaram às livrarias, um dos quais com as memórias que Andrew O'Hagan inventou para o cão maltês (Maf) que Marilyn ganhou de Frank Sinatra, pouco depois de a atriz se divorciar do dramaturgo Arthur Miller e entrar, novamente, em parafuso. Outros já estão no prelo e outros mais serão escritos, oxalá sem aquelas xaropadas conspiratórias envolvendo a Máfia e a Casa Branca.

Marilyn, bobagem insistir na outra tese, simplesmente se matou. Se inadvertidamente, nunca se saberá. Entupia-se havia décadas de sedativos e soníferos, dormia nas horas erradas, atrasava-se para as filmagens, tinha brancos diante das câmeras, ausentava-se semanas a fio por doenças concretas ou somatizadas. Seus constantes forfaits é que levaram ao súbito cancelamento de Something Gotta Give. Por trás de todas aquelas curvas, escondia-se um sanatório.

Era disléxica e bipolar, sofria de endometriose (uma doença uterina), tinha cólicas e pesadelos intermináveis. Penou um bocado para superar a gagueira, mas na timidez e na insegurança nunca deu jeito. Para manter-se bela e viçosa, lavava o rosto 15 vezes por dia e hidratava-se com potes e mais potes de creme Nivea. O medo de ficar louca, como a mãe, levou-a a frequentar uma analista após separar-se do segundo marido, o astro de beisebol Joe DiMaggio, em outubro de 1954. Frequentou mais dois divãs, o da austríaca Marianne Kris, amiga de Anna Freud e herdeira de 25% da herança deixada pela atriz, e o do dr. Ralph Greenson, que foi o primeiro a ver o corpo de Marilyn, inerte e despido sobre a cama, naquele trágico domingo de agosto.


* "roubado" da página do meu amigo André Setaro no facebook. RS