La conversación sobre la película le trae y le lleva por caminos que se desvían a la vida. Y es que parece que la distancia entre ambos –el cine y la existencia-, no abarca más que un corto paso para él. Él, David Trueba, estrena hoy Madrid, 1987: una cinta pequeña, intimista, pero de vocación trascendente y notas autobiográficas. Dos actores –José Sacristán y María Valverde, que hacen del periodista reconocido y temible y la inexperta aprendiz- le sobran para componer una historia local, pinzada en el espacio y el tiempo, pero que aborda temas universales e inmortales. Los protagonistas, reflejo de generaciones tangentes, se reúnen en una calurosa jornada de verano como maestro y pupila. El deseo carnal del uno y las inquietudes de la otra, les llevan a un apartamento en el que, cosas que pasan, se quedan encerrados desnudos dentro del baño durante casi dos días. La forzosa cercanía, a ratos asfixiante y a ratos liberadora, les hace abrirse e intimar de un modo que, en otras circunstancias, jamás hubiera sido posible.
Con el realismo siempre en mente, Trueba compone en su guion personajes arquetipo manufacturados como un collage de nombres históricos, especialmente el que interpreta Sacristán, el imponente e intocable cronista. “No quería que fuera una caricatura de nadie, pero sí una amalgama. Desde los tiempos de Larra, el articulismo ha tenido una importancia social y literaria muy grande en España, desde Julio Camba o González Ruano a Paco Umbral, Vázquez Montalbán... y sí que me he basado en algunos de ellos, pero no quería que fuera uno solo”. El oficio del periodismo que se muestra en el filme remite a unos tiempos en el que el güisqui corría a gogó por las redacciones, los artículos se escribían a máquina desde un bar, y los periodistas hablaban de su vida sexual en sus columnas. “Cada época tiene su manera de vivir y su tecnología, en todo proceso se pierde y se gana algo. De todos modos, lo cierto es que los protagonistas podrían haber tenido otra profesión”.
Y es que por encima de las circunstancias, la historia que Madrid, 1987 quiere contar es la de las personas que la componen: un viejo y una chica; un hombre y una mujer que se ven obligados a compartir una intimidad impropia de dos desconocidos. “El elemento de conquista, de seducción, me interesaba porque es con lo que tenías que lidiar entonces”, dice Trueba. “La seducción es un mecanismo humano imprescindible, en el que uno coloca todo el carbón que tiene, sea este el físico, la autoridad… Eso es de lo que trata la película”.
Más allá de la carne, el abismo temporal que separa a los protagonistas es igualmente definitorio: “Siempre me ha interesado el reconocimiento de que la vida es una cadena, donde tú eres el producto de un tiempo, de un pasado, y que tú vas a serlo para los siguientes”. La desnudez de Sacristán y Valverde a lo largo de buena parte del filme, mira en esa misma dirección: “Lo que me interesaba era enseñar la piel de un viejo y una joven. Los medios de comunicación de hoy solo permiten la belleza, que siempre se equipara con la juventud. Tenemos que luchar por hacer presente que eso no es real, y que el cuerpo viejo sigue teniendo necesidades”.
Lo más provocador de la película, cree el cineasta, no son los cuerpos, sino las ideas que albergan. “Hablan de literatura, de arte… algo que en el mundo del cine actual está proscrito”. Y si eso espanta al público, qué le vamos a hacer. “Es un proyecto no comercial. El cine ve al público como un mercado, y quieren obligarte a hacer las cosas como ellos quieren. Pero en mi vida profesional, el público siempre ha estado ahí. Yo creo que no debes traicionarte, y tienes que contar las cosas lo mejor que puedas”. Lo que él narra, se ha construido además con pocos recursos. “Es un filme que tampoco necesita mucho presupuesto. Como me dijo Pepe Sacristán, en esta película hay exactamente lo que se necesita. Aunque eso no significa que no eche de menos una campaña de publicidad mayor, o la distribución de un mayor número de copias”.
Rodada en trece días, Madrid, 1987 ya ha salido de la ciudad para conocer mundo. En enero, compitió en festival de cine independiente de Sundance, en EE UU, y en el Festival Cinematográfico del Uruguay ganó el premio del público al mejor filme internacional. “Pensé que era una película muy localista, y que no se entendería fuera de España, porque los diálogos hablan de Adolfo Suárez, de ETA, de Franco... Cuando comenté esto en la presentación de la película en Uruguay, una mujer me preguntó: ‘¿Por qué dice semejante estupidez? Tampoco conozco el código samurái, y eso no significa que no pueda comprender Rashomon”.
Nenhum comentário:
Postar um comentário