La polémica por el texto de Bosque muestra la volatilidad de las cuestiones en torno al idioma
Pasión. Mucha pasión. Eso es lo que más ha ido incorporando la lengua castellana o española a su ADN y al de sus hablantes a la hora de referirse a ella. Ese es el verdadero hilo que la recorre a lo largo de sus mil años con quienes la utilizan y a quienes sirve; por eso se han generado batallas, escaramuzas y emboscadas que no dejan impasible a nadie.
En los últimos quince años, los temas en torno a la lengua han puesto a hablar a todo el mundo hispanohablante en veinte países. El arco lo inaugura aquella frase de "Jubilemos la ortografía", pronunciada por Gabriel García Márquez en la inauguración del I Congreso de la Lengua en Zacatecas (México), y lo cierra por ahora el informe Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, elaborado por el académico Ignacio Bosque y aprobado por 26 miembros de número de la Real Academia. ¿Pero por qué despiertan tanta pasión los temas relacionados con la lengua? "Tal vez sea una reacción de autorreconocimiento inconsciente de la conciencia de nosotros mismos como grupo, una reacción a priori a la conciencia", improvisa Álvaro Pombo, escritor y académico.
El debate actual que ha desatado el análisis sobre el lenguaje no sexista fue precedido por el que originó la nueva edición de la Ortografía del año pasado. Entre otras cosas se propuso un solo nombre para cada letra, y ahí se encendió la mecha: que la i griega pasará a llamarse ye, mientras la uve unificaría las llamadas be baja y be corta. Al final valen las dos.
"Es que el lenguaje es lo único que tenemos todos, lo que tiene cada uno para seguir hablando, comunicarse, expresarse. El lenguaje es lo más democrático que existe", reflexiona Javier Marías, escritor y académico que en muchas ocasiones se ha referido a este tema incluso en sus libros. Por todo eso, agrega Marías, "lo sentimos como algo irrenunciable y no aceptamos manipulaciones ni dirigismos de ninguna índole ni procedencia. Ni de la Academia ni de instituciones ajenas. Los cambios que vengan serán acordes con su evolución natural. El dirigismo en la lengua no tendrá éxito porque cualquier imposición en ella la vemos como una intromisión intolerable en nuestro habla y en nuestro pensamiento; como un atentado a nuestra verdadera libertad".
En 2000, la RAE tachó de entrometidas a las academias catalana, gallega y vasca cuando incluyó en el libro de Ortografía una serie de topónimos con una grafía "inadecuada". Mientras en 2010 la presión hizo que la RAE diera marcha atrás y no modificara la definición del término "nacionalidad", vinculando nacionaliad con la "condición de pertenencia a un Estado".
"¿Por qué nos apasionan o nos hieren las cuestiones léxicas, gráficas (me refiero a las tildes y acentos) o terminológicas?", se pregunta el sociólogo y escritor Enrique Gil Calvo. Y explica: "Puede ser debido a que nos identificamos con nuestros nombres, a que hacemos una cuestión de identidad personal de lo que solo es una herramienta nominal. La nuestra parece ser todavía una sociedad estamental, nobiliaria, incluso señorial, en la que nos identificamos con los nombres que designan nuestra identidad. Y si nos cambian las palabras o los signos, nos sentimos desposeídos, degradados o hasta ultrajados. Por eso reaccionamos con dignidad ofendida".
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/06/actualidad/1331072204_886132.html
En los últimos quince años, los temas en torno a la lengua han puesto a hablar a todo el mundo hispanohablante en veinte países. El arco lo inaugura aquella frase de "Jubilemos la ortografía", pronunciada por Gabriel García Márquez en la inauguración del I Congreso de la Lengua en Zacatecas (México), y lo cierra por ahora el informe Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, elaborado por el académico Ignacio Bosque y aprobado por 26 miembros de número de la Real Academia. ¿Pero por qué despiertan tanta pasión los temas relacionados con la lengua? "Tal vez sea una reacción de autorreconocimiento inconsciente de la conciencia de nosotros mismos como grupo, una reacción a priori a la conciencia", improvisa Álvaro Pombo, escritor y académico.
El debate actual que ha desatado el análisis sobre el lenguaje no sexista fue precedido por el que originó la nueva edición de la Ortografía del año pasado. Entre otras cosas se propuso un solo nombre para cada letra, y ahí se encendió la mecha: que la i griega pasará a llamarse ye, mientras la uve unificaría las llamadas be baja y be corta. Al final valen las dos.
"Es que el lenguaje es lo único que tenemos todos, lo que tiene cada uno para seguir hablando, comunicarse, expresarse. El lenguaje es lo más democrático que existe", reflexiona Javier Marías, escritor y académico que en muchas ocasiones se ha referido a este tema incluso en sus libros. Por todo eso, agrega Marías, "lo sentimos como algo irrenunciable y no aceptamos manipulaciones ni dirigismos de ninguna índole ni procedencia. Ni de la Academia ni de instituciones ajenas. Los cambios que vengan serán acordes con su evolución natural. El dirigismo en la lengua no tendrá éxito porque cualquier imposición en ella la vemos como una intromisión intolerable en nuestro habla y en nuestro pensamiento; como un atentado a nuestra verdadera libertad".
En 2000, la RAE tachó de entrometidas a las academias catalana, gallega y vasca cuando incluyó en el libro de Ortografía una serie de topónimos con una grafía "inadecuada". Mientras en 2010 la presión hizo que la RAE diera marcha atrás y no modificara la definición del término "nacionalidad", vinculando nacionaliad con la "condición de pertenencia a un Estado".
"¿Por qué nos apasionan o nos hieren las cuestiones léxicas, gráficas (me refiero a las tildes y acentos) o terminológicas?", se pregunta el sociólogo y escritor Enrique Gil Calvo. Y explica: "Puede ser debido a que nos identificamos con nuestros nombres, a que hacemos una cuestión de identidad personal de lo que solo es una herramienta nominal. La nuestra parece ser todavía una sociedad estamental, nobiliaria, incluso señorial, en la que nos identificamos con los nombres que designan nuestra identidad. Y si nos cambian las palabras o los signos, nos sentimos desposeídos, degradados o hasta ultrajados. Por eso reaccionamos con dignidad ofendida".
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