Blanca Suárez y Miguel Ángel Silvestre: De profesión, seductores
Protagonizan The Pelayos, una película con la ganarán la partida a la taquilla.
08 de abril de 2012
«Correr tras un sueño le da sentido a la vida». Esta frase abre la película que desglosa uno de los fragmentos más adrenalínicos de la trayectoria de la familia García Pelayo. Una historia real de una panda de curiosos seductores que consiguieron, de un modo simple y legal, ganar cientos de millones en las ruletas de los casinos de todo el mundo. En la actualidad, viven holgadamente de una escuela en la que enseñan a ganar al póquer. Y es que han sabido jugar bien sus cartas.
The Pelayos, que dirige Eduard Cortés y se estrena el 27 de abril, lanza otra perla para aquellos que ansían controlar lo incontrolable: «El truco está en gobernar las leyes secretas del azar». Y como si este mantra sobrevolara sus cabezas, dos de sus protagonistas, Blanca Suárez y Miguel Ángel Silvestre, eligieron su suerte y se conocieron por primera vez en los sets del rodaje. Hoy siguen juntos y comparten conmigo té y huevos poché para desayunar. También los sueños que dan sentido a su vida y otros que se quedaron por el camino. Para Silvestre, su pequeña frustración es no haberse podido dedicar profesionalmente al tenis. Por eso aún recuerda con nostalgia los pósters de Sergi Bruguera que colgaban de las paredes de la residencia donde entrenaba. Porque él, probablemente uno de los actores con más fans de España, también tiene sus ídolos. «Tuve el placer de llegar a conocerlo», cuenta con los ojos abiertos, ilusionado como un niño. «Me escapaba de las clases para verlo jugar. También me encanta la filosofía deportiva de Guardiola y admiro a los actores Javier Bardem, Luis Tosar, Juan Diego, Javier Cámara… ¡He crecido viendo sus películas! Y soy fan de mi madre, por supuesto, porque adoro su personalidad». Blanca, que a sus 23 años, por derecho, podría estar comprando entradas para ver al fenómeno groupie de la temporada, prefiere escuchar las letras de Iván Ferreiro. Y aunque no forró sus carpetas con ellas, confiesa que sí intentó imitar estilísticamente a las Spice Girls en algún momento de su vida. Ahora prefiere ver en pantalla grande a Natalie Portman y Meryl Streep.
Hablan con total naturalidad, como si la cosa de la fama no fuera con ellos. Como si no recibieran premios cada dos por tres por ser los más buscados en Internet. Como si no tuvieran paparazis en la puerta. Como si fuera fácil vivir aún sabiendo que, desde que hemos entrado en el bar, todo el mundo los ha reconocido e incluso había una mesa reservada cuando, al parecer, nadie había hecho la reserva. «Tengo 30 años [el aniversario del actor es justo hoy] aunque estoy hecho un chaval… Pero lo cierto es que cuando eres más joven y empiezas a estudiar interpretación, por una parte admiras a los grandes artistas, pero por otra tienes la osadía de pensar que algún día llegarás a ser uno de ellos. Un día se caen los castillos de naipes y te das cuenta de tus limitaciones. Es el momento en el que maduras de golpe. Es como darte cuenta de que los Reyes son los padres. Algo parecido. Por eso, cuando me entero de que hay gente que comenta que quiere ser como yo o que me admira, me encantaría decirles: “Mira bien, no te engañes, soy como todos los demás”». Blanca asiente y añade: «Existe una percepción diferente entre lo que tú crees que está pasando y lo que pasa en realidad. Tú no percibes la fama como algo tan brutal. Yo he sido capaz de reírme incluso de algún comentario que pueda haber salido en alguna revista del corazón porque íbamos hechos un cuadro, por ejemplo. Hasta que vi un par de cosas que no me dejaron indiferente, opiniones que hacían más daño que otra cosa. Y entonces prohibí que hubiera ese tipo de publicaciones a mi alrededor». Miguel Ángel es mucho más tajante con el tema: «Yo no las veo jamás. Todavía no soy capaz de divertirme viéndolas. Pero ya llegará, tiempo al tiempo. Si no las veo es porque tanta opinión externa te aleja de ti, de quien eres tú de verdad. Y no quiero agotarme de mí mismo».
Desde los inicios de sus carreras, ambos han mantenido a sus representantes, algo que no suele ser muy común entre los actores que adquieren éxito a velocidad de vértigo. En el momento álgido, son muchos los que vienen a tentar con cantos de sirena. Pero ellos se han mantenido firmes. «Me sigue asombrando cómo alguien es capaz de gastar tanta energía y amor en los sueños de una persona que no es ella misma, ni siquiera de su propia sangre. En esta profesión es muy importante contar con alguien que sea cien por cien sincero contigo, porque son muchos los que quieren distorsionar. Y cuando lo encuentras no lo puedes soltar, eso no tiene precio», dice Miguel Ángel. Blanca también hace hincapié en los valores. «Desde que tengo 18 años hay alguien a mi lado que me dice lo que hago bien y lo que hago mal; que cuando me ocurre algo bueno me advierte que, aun así, hay que seguir trabajando; que se preocupa por mí de verdad en lugar de por lo que facturo; y que es capaz de recomendarme que no acepte un proyecto si no es un buen momento personal o de salud. Si la encuentras, como yo, a esa persona no hay que soltarla nunca».
No es casualidad que ambos piensen así. Los dos han crecido en núcleos familiares sólidos, que han apoyado sus decisiones y que han sufrido, en compañía, sus presiones. La familia que juega unida, se mantiene unida, como dirían los Pelayo. Y Silvestre lo tiene claro. «Mi padre me quería matar cuando le dije que quería ir a Madrid a estudiar interpretación. Mi madre aún no se cree que con 13 años me dejara ir a Barcelona a jugar al tenis. Intenté ser fisioterapeuta como mi padre, pero me di cuenta de que no era lo que quería. Aun así siempre me he sentido respaldado. Cuando llega la fama también desestabiliza a la familia. Pero la mía me ha demostrado que vale la pena combatir la batalla juntos».
Blanca empezó la carrera de Comunicación Audiovisual pero vio que no era lo suyo –«creo que ahora sé más del tema que cuando estudiaba en la facultad»– y también pensó (y aún lo piensa) que podría ser maquilladora profesional. «Al final, un buen día les dije que me picaba el gusanillo de la interpretación. Y me animaron. Porque lo único que me han impuesto es que debía formarme, hacer cosas con mi vida en lugar de verla pasar. Supongo que estaban expectantes, vigilantes y protectores, pero lo hacían desde la intimidad del matrimonio».
En The Pelayos, ambos actores explotan, por fin, su vis cómica. Acostumbrados a verlos en papeles con cierto dramatismo, se agradece un poco de aire fresco. «Soy un clown, y lo soy desde pequeño. Mi madre siempre me lo ha dicho, sobre todo cuando me disfrazaba en casa de Elvis y Freddie Mercury. Sin embargo, es cierto que mi imagen pública es más contenida. Me lo he pasado bomba haciendo esta película. El productor hizo todo lo posible para que nos divirtiéramos, porque el objetivo del filme es que el público se lo pase bien y eso pasa por nosotros. Así que nos llevaron a comer a elBulli, nos pagaban las dietas con fichas de casino, nos fuimos a los cars… Ha sido una fiesta que seguirá en la presentación del filme en el Festival de Málaga».
Blanca, que interpreta a una crupier con aspiraciones a «cajera de supermercado, súper o híper», también se divirtió. «Hay algo extraño en los actores; parece que cuanto más te flagelas haciendo una escena, más realizado te sientes. Piensas: “Lo he dado todo, lo he dado todo” [ríe]. Pero luego te das cuenta de que una escena cómica puede ser muy importante en tu carrera si el público que va a verte se ríe contigo».
Ídolos de mucha gente joven, Blanca y Miguel Ángel defienden que los directores españoles deberían experimentar con otros formatos, especialmente con Internet, y que el cine en pantalla grande debería ser más accesible económicamente (también las palomitas). Especialmente para los nimileuristas. Y saben de lo que hablan. «Cuando llegué a Madrid puse copas, di masajes, clases de tenis… No llegaba a los mil euros pero podía pagarme una habitación y creer que, algún día, las cosas irían mejor. Ahora la situación es alarmante. Y las instituciones deberían hacer algo para que la gente joven no tenga que marcharse del país. ¡Somos su futuro!», reivindica el actor.
Miguel Ángel admira de Blanca su serenidad y sus silencios –«parece un ángel»–, y ella de él, «la espontaneidad e ilusión que tiene por la vida». Probablemente se admirarían igual si no estuvieran juntos porque ambos piensan que la seducción consiste en ser y respetarse a uno mismo. Esta relación no tiene pinta de farol; se acerca más a una buena jugada de ases.
The Pelayos, que dirige Eduard Cortés y se estrena el 27 de abril, lanza otra perla para aquellos que ansían controlar lo incontrolable: «El truco está en gobernar las leyes secretas del azar». Y como si este mantra sobrevolara sus cabezas, dos de sus protagonistas, Blanca Suárez y Miguel Ángel Silvestre, eligieron su suerte y se conocieron por primera vez en los sets del rodaje. Hoy siguen juntos y comparten conmigo té y huevos poché para desayunar. También los sueños que dan sentido a su vida y otros que se quedaron por el camino. Para Silvestre, su pequeña frustración es no haberse podido dedicar profesionalmente al tenis. Por eso aún recuerda con nostalgia los pósters de Sergi Bruguera que colgaban de las paredes de la residencia donde entrenaba. Porque él, probablemente uno de los actores con más fans de España, también tiene sus ídolos. «Tuve el placer de llegar a conocerlo», cuenta con los ojos abiertos, ilusionado como un niño. «Me escapaba de las clases para verlo jugar. También me encanta la filosofía deportiva de Guardiola y admiro a los actores Javier Bardem, Luis Tosar, Juan Diego, Javier Cámara… ¡He crecido viendo sus películas! Y soy fan de mi madre, por supuesto, porque adoro su personalidad». Blanca, que a sus 23 años, por derecho, podría estar comprando entradas para ver al fenómeno groupie de la temporada, prefiere escuchar las letras de Iván Ferreiro. Y aunque no forró sus carpetas con ellas, confiesa que sí intentó imitar estilísticamente a las Spice Girls en algún momento de su vida. Ahora prefiere ver en pantalla grande a Natalie Portman y Meryl Streep.
Hablan con total naturalidad, como si la cosa de la fama no fuera con ellos. Como si no recibieran premios cada dos por tres por ser los más buscados en Internet. Como si no tuvieran paparazis en la puerta. Como si fuera fácil vivir aún sabiendo que, desde que hemos entrado en el bar, todo el mundo los ha reconocido e incluso había una mesa reservada cuando, al parecer, nadie había hecho la reserva. «Tengo 30 años [el aniversario del actor es justo hoy] aunque estoy hecho un chaval… Pero lo cierto es que cuando eres más joven y empiezas a estudiar interpretación, por una parte admiras a los grandes artistas, pero por otra tienes la osadía de pensar que algún día llegarás a ser uno de ellos. Un día se caen los castillos de naipes y te das cuenta de tus limitaciones. Es el momento en el que maduras de golpe. Es como darte cuenta de que los Reyes son los padres. Algo parecido. Por eso, cuando me entero de que hay gente que comenta que quiere ser como yo o que me admira, me encantaría decirles: “Mira bien, no te engañes, soy como todos los demás”». Blanca asiente y añade: «Existe una percepción diferente entre lo que tú crees que está pasando y lo que pasa en realidad. Tú no percibes la fama como algo tan brutal. Yo he sido capaz de reírme incluso de algún comentario que pueda haber salido en alguna revista del corazón porque íbamos hechos un cuadro, por ejemplo. Hasta que vi un par de cosas que no me dejaron indiferente, opiniones que hacían más daño que otra cosa. Y entonces prohibí que hubiera ese tipo de publicaciones a mi alrededor». Miguel Ángel es mucho más tajante con el tema: «Yo no las veo jamás. Todavía no soy capaz de divertirme viéndolas. Pero ya llegará, tiempo al tiempo. Si no las veo es porque tanta opinión externa te aleja de ti, de quien eres tú de verdad. Y no quiero agotarme de mí mismo».
Desde los inicios de sus carreras, ambos han mantenido a sus representantes, algo que no suele ser muy común entre los actores que adquieren éxito a velocidad de vértigo. En el momento álgido, son muchos los que vienen a tentar con cantos de sirena. Pero ellos se han mantenido firmes. «Me sigue asombrando cómo alguien es capaz de gastar tanta energía y amor en los sueños de una persona que no es ella misma, ni siquiera de su propia sangre. En esta profesión es muy importante contar con alguien que sea cien por cien sincero contigo, porque son muchos los que quieren distorsionar. Y cuando lo encuentras no lo puedes soltar, eso no tiene precio», dice Miguel Ángel. Blanca también hace hincapié en los valores. «Desde que tengo 18 años hay alguien a mi lado que me dice lo que hago bien y lo que hago mal; que cuando me ocurre algo bueno me advierte que, aun así, hay que seguir trabajando; que se preocupa por mí de verdad en lugar de por lo que facturo; y que es capaz de recomendarme que no acepte un proyecto si no es un buen momento personal o de salud. Si la encuentras, como yo, a esa persona no hay que soltarla nunca».
Blanca empezó la carrera de Comunicación Audiovisual pero vio que no era lo suyo –«creo que ahora sé más del tema que cuando estudiaba en la facultad»– y también pensó (y aún lo piensa) que podría ser maquilladora profesional. «Al final, un buen día les dije que me picaba el gusanillo de la interpretación. Y me animaron. Porque lo único que me han impuesto es que debía formarme, hacer cosas con mi vida en lugar de verla pasar. Supongo que estaban expectantes, vigilantes y protectores, pero lo hacían desde la intimidad del matrimonio».
En The Pelayos, ambos actores explotan, por fin, su vis cómica. Acostumbrados a verlos en papeles con cierto dramatismo, se agradece un poco de aire fresco. «Soy un clown, y lo soy desde pequeño. Mi madre siempre me lo ha dicho, sobre todo cuando me disfrazaba en casa de Elvis y Freddie Mercury. Sin embargo, es cierto que mi imagen pública es más contenida. Me lo he pasado bomba haciendo esta película. El productor hizo todo lo posible para que nos divirtiéramos, porque el objetivo del filme es que el público se lo pase bien y eso pasa por nosotros. Así que nos llevaron a comer a elBulli, nos pagaban las dietas con fichas de casino, nos fuimos a los cars… Ha sido una fiesta que seguirá en la presentación del filme en el Festival de Málaga».
Blanca, que interpreta a una crupier con aspiraciones a «cajera de supermercado, súper o híper», también se divirtió. «Hay algo extraño en los actores; parece que cuanto más te flagelas haciendo una escena, más realizado te sientes. Piensas: “Lo he dado todo, lo he dado todo” [ríe]. Pero luego te das cuenta de que una escena cómica puede ser muy importante en tu carrera si el público que va a verte se ríe contigo».
Ídolos de mucha gente joven, Blanca y Miguel Ángel defienden que los directores españoles deberían experimentar con otros formatos, especialmente con Internet, y que el cine en pantalla grande debería ser más accesible económicamente (también las palomitas). Especialmente para los nimileuristas. Y saben de lo que hablan. «Cuando llegué a Madrid puse copas, di masajes, clases de tenis… No llegaba a los mil euros pero podía pagarme una habitación y creer que, algún día, las cosas irían mejor. Ahora la situación es alarmante. Y las instituciones deberían hacer algo para que la gente joven no tenga que marcharse del país. ¡Somos su futuro!», reivindica el actor.
Miguel Ángel admira de Blanca su serenidad y sus silencios –«parece un ángel»–, y ella de él, «la espontaneidad e ilusión que tiene por la vida». Probablemente se admirarían igual si no estuvieran juntos porque ambos piensan que la seducción consiste en ser y respetarse a uno mismo. Esta relación no tiene pinta de farol; se acerca más a una buena jugada de ases.
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