La vida cubana de Hemingway llega a Boston
Un acuerdo de cooperación cultural permite la llegada de 2.000 documentos digitalizados procedentes de la casa del escritor en Cuba a EE UU y la restauración de Finca La Vigía
Andrea Aguilar Nueva York 8 MAY 2013
Aunque tenía un despacho preparado en la torre suroeste de su casa en el suburbio habanero de San Francisco de Paula, solo trepaba hasta allí cuando los personajes le arrastraban. Ernest Hemingway (1899-1961) prefería escribir –de pie con zapatillas de andar por casa, primero a mano y luego a máquina–, en su luminoso cuarto de Finca Vigía; una estancia dividida en dos alcobas que George Plimpton describió con detalle en la entrevista de The Paris Review de 1958. Eso fue cuatro años después de que el autor de París era una fiesta recibiera Premio Nobel de Literatura y tres antes de que se volara los sesos. Aquel cuarto, atestado de papeles, libros, panfletos y notas, y el conjunto de material bibliográfico que quedó en la casa han permanecido fuera del alcance de investigadores y académicos estadounidenses durante más de cinco décadas, algo que cambió este lunes con la llegada de una versión digitalizada de 2.000 documentos a la Biblioteca JFK de Boston.
Detrás de este proyecto se encuentran la fundación estadounidense Finca La Vigía, creada en 2004 tras un viaje a la isla cubana por Jenny Phillips –nieta del editor y gran amigo de Hemingway Maxwell Perkins–, y el congresista de Massachusets, James McGovern, defensor de la normalización de las relaciones entre Cuba y EE UU. Esta es la segunda partida de documentos digitalizados de Hemingway que llega a Boston, después de los 3.000 que se incorporaron a la colección en 2008, entre los que se encontraban, por ejemplo, una versión alternativa del final de la novela “Por quién doblan las campanas”. La iniciativa de la fundación La Vigía incluye la mejora de las condiciones de conservación de los materiales que allí se encuentran, la restauración de la casa, y la construcción de un nuevo edificio con controles de temperatura y humedad. También la formación de personal especializado, en un ambicioso proyecto que ha contado con la ayuda del Departamento de Estado y el Departamento del Tesoro, una acción de cooperación cultural con el gobierno cubano, sin precedentes.
Hemingway estaba en Cuba en noviembre de 1959 cuando Castro llegó a La Habana, pero abandonó el país por última vez en julio del año siguiente. Trasladó a una caja fuerte los manuscritos y papeles que consideró más valiosos. Su finca y cerca de 6.000 volúmenes de su biblioteca fueron nacionalizados por el gobierno cubano tras la fallida invasión de Bahía Cochinos. El aventurero escritor y periodista, cuyo trabajo y estilo marcaron un antes y un después en la literatura estadounidense, se suicidó en julio de 1961. La administración de Kennedy logró entonces negociar un último viaje de Mary, la viuda del escritor, a la isla. Trajo consigo un barco lleno de papeles y libros que quedaron depositados en la biblioteca de Boston, quemó lo que consideró oportuno y dejó detrás miles de documentos más.
Los que este lunes llegaron a la colección de JFK acercan la cara más doméstica y cotidiana del escritor: sus anotaciones sobre las mareas y el clima, las notas que tomó cuando navegaba por la bahía intentando avistar submarinos alemanes en los cuarenta, su pasaporte, una carta a Ingrid Bergman, listas de la compra o recibos de cuentas en bares. Trozos de una vida sobre la que aún se investiga con pasión. Se va completando el puzle con esta nueva parte de aquel barullo que rodeó al escritor de El viejo y el mar en esa bella finca cubana donde escribió ésta y otras muchas novelas, y que, según Plimpton, dejaba “el espacio justo, encima de una estantería desbordada, para una máquina de escribir”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/05/08/actualidad/1367986888_672689.html
Detrás de este proyecto se encuentran la fundación estadounidense Finca La Vigía, creada en 2004 tras un viaje a la isla cubana por Jenny Phillips –nieta del editor y gran amigo de Hemingway Maxwell Perkins–, y el congresista de Massachusets, James McGovern, defensor de la normalización de las relaciones entre Cuba y EE UU. Esta es la segunda partida de documentos digitalizados de Hemingway que llega a Boston, después de los 3.000 que se incorporaron a la colección en 2008, entre los que se encontraban, por ejemplo, una versión alternativa del final de la novela “Por quién doblan las campanas”. La iniciativa de la fundación La Vigía incluye la mejora de las condiciones de conservación de los materiales que allí se encuentran, la restauración de la casa, y la construcción de un nuevo edificio con controles de temperatura y humedad. También la formación de personal especializado, en un ambicioso proyecto que ha contado con la ayuda del Departamento de Estado y el Departamento del Tesoro, una acción de cooperación cultural con el gobierno cubano, sin precedentes.
Hemingway estaba en Cuba en noviembre de 1959 cuando Castro llegó a La Habana, pero abandonó el país por última vez en julio del año siguiente. Trasladó a una caja fuerte los manuscritos y papeles que consideró más valiosos. Su finca y cerca de 6.000 volúmenes de su biblioteca fueron nacionalizados por el gobierno cubano tras la fallida invasión de Bahía Cochinos. El aventurero escritor y periodista, cuyo trabajo y estilo marcaron un antes y un después en la literatura estadounidense, se suicidó en julio de 1961. La administración de Kennedy logró entonces negociar un último viaje de Mary, la viuda del escritor, a la isla. Trajo consigo un barco lleno de papeles y libros que quedaron depositados en la biblioteca de Boston, quemó lo que consideró oportuno y dejó detrás miles de documentos más.
Los que este lunes llegaron a la colección de JFK acercan la cara más doméstica y cotidiana del escritor: sus anotaciones sobre las mareas y el clima, las notas que tomó cuando navegaba por la bahía intentando avistar submarinos alemanes en los cuarenta, su pasaporte, una carta a Ingrid Bergman, listas de la compra o recibos de cuentas en bares. Trozos de una vida sobre la que aún se investiga con pasión. Se va completando el puzle con esta nueva parte de aquel barullo que rodeó al escritor de El viejo y el mar en esa bella finca cubana donde escribió ésta y otras muchas novelas, y que, según Plimpton, dejaba “el espacio justo, encima de una estantería desbordada, para una máquina de escribir”.
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