El documental 'Marley', del cineasta escocés Kevin Macdonald, resume el impacto cultural del cantante jamaicano
Fue uno de los golpes publicitarios de la pasada Berlinale. Allí se estrenó Marley, el documental del escocés Kevin Macdonald que dura dos horas y media. En abril se edita la banda sonora, como adelanto de la distribución internacional de la película. Según su realizador, “Marley ofrece un retrato íntimo de Bob, que pretende devolver al espectador a su música con una apreciación renovada de su belleza e importancia”. Una tarea compleja: Robert Nesta Marley no fue un cantante cualquiera. Su figura resulta esencial para fijar la identidad de su Jamaica natal y el Tercer Mundo en general; uno de los mayores iconos del planeta, conserva seguidores en los cinco continentes.
Bob Marley también equivale a gran negocio; su recopilatorio Legend se mantiene entre los discos más vendidos de la historia. Representa una de las pocas facetas risueñas de Jamaica, país desdichado que necesita atraer turismo: recuerden el alboroto provocado por la viuda, cuando quiso llevar sus restos a Etiopía, patria espiritual de los rastas. Y eso que, en vida, Bob sufría las críticas de muchos jamaicanos, que detestaban la identificación occidental de su persona con una música tan heterogénea como el reggae, aparte de recordar que, como mestizo, era un producto del colonialismo.
El legado de Marley aún da tarea a batallones de abogados. Un ejemplo: Aston Barrett, bajista de los Wailers, presentó una demanda por unos 70 millones de euros, en concepto de regalías. Según Chris Blackwell, fundador de Island Records y responsable del lanzamiento de Marley, ya había sido compensado. Pero Aston necesita más dinero: su apodo de Family Man obedece a sus 52 hijos.
Esta es una historia pegajosa, por la abundancia de sangre derramada. Tres de sus compañeros de viaje tuvieron muertes violentas: el baterista Carlton Barrett y los vocalistas Peter Tosh y Junior Braithwaite. El mismo Marley sobrevivió a un intento de asesinato en 1976. Con aquel tiroteo se le castigaba por la implicación de varios de sus socios en estafas en las apuestas hípicas. O, más probable, se le intentaba acallar por su apoyo —tibio, es cierto— al PNP, el partido entonces castrista de Michael Manley, frente al derechista JLP, encabezado por Edward Seaga, paradójicamente un estudioso de la herencia africana en Jamaica.
Ese incidente, que empujaría a Marley al exilio, rompió la prístina imagen desarrollada por Blackwell. No era exactamente el cantante de la concordia, el nuevo símbolo hippy para los años setenta. Todavía no habíamos leído la autobiografía de Rita Marley pero ya imaginábamos que el reparto de derechos entre hombres y mujeres no constituía precisamente el punto fuerte de las creencias rastafarianas. Y la Jamaica independiente distaba mucho del paraíso tropical de Ian Fleming. Ambos partidos habían armado a milicias que se dedicaban a intimidar, robar, matar. Un mánager de Marley insiste en que el cantante asistió impasible a la posterior ejecución de alguno de sus asaltantes.
Semejante ídolo provoca sentimientos encontrados. Comercialmente, el reggae quedó cojo con su muerte y ha sido superado, al menos en la isla, por músicas más agresivas y groseras. Su ideología también se redujo a un detalle folclórico, el consumo de ganja. Los Marley ahora licencian su nombre para fabricar abundantes productos, desde ropa a papel de fumar.
Pero una película queda para la eternidad. Desde hace años, Hollywood pretende rodar un biopic con actores, algo que choca con la insistencia de sus hijos —son siete varones, entre los 11 oficialmente reconocidos— en personificar a su padre. Todo tipo de directores, incluyendo a Scorsese y Demme, han sido atraídos por los diferentes proyectos que se cocinan alrededor de Rita. Ella tiene poder de veto, al controlar la mayor parte del cancionero y las grabaciones.
La bendición de la familia, aparte de allanar el camino para entrevistar a los allegados, permitió a Macdonald el acceso al archivo audiovisual de Tuff Gong, la discográfica fundada por Marley. El realizador explica que no ha hallado ningún Rosebud pero sí cree que su documental permite conocer mejor al hombre detrás de las canciones. E insiste que el trabajo resultó infinitamente más agradecido que el escarbar en la vida de Idi Amin para El último rey de Escocia.
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/03/actualidad/1330800582_064900.html
El legado de Marley aún da tarea a batallones de abogados. Un ejemplo: Aston Barrett, bajista de los Wailers, presentó una demanda por unos 70 millones de euros, en concepto de regalías. Según Chris Blackwell, fundador de Island Records y responsable del lanzamiento de Marley, ya había sido compensado. Pero Aston necesita más dinero: su apodo de Family Man obedece a sus 52 hijos.
Esta es una historia pegajosa, por la abundancia de sangre derramada. Tres de sus compañeros de viaje tuvieron muertes violentas: el baterista Carlton Barrett y los vocalistas Peter Tosh y Junior Braithwaite. El mismo Marley sobrevivió a un intento de asesinato en 1976. Con aquel tiroteo se le castigaba por la implicación de varios de sus socios en estafas en las apuestas hípicas. O, más probable, se le intentaba acallar por su apoyo —tibio, es cierto— al PNP, el partido entonces castrista de Michael Manley, frente al derechista JLP, encabezado por Edward Seaga, paradójicamente un estudioso de la herencia africana en Jamaica.
Ese incidente, que empujaría a Marley al exilio, rompió la prístina imagen desarrollada por Blackwell. No era exactamente el cantante de la concordia, el nuevo símbolo hippy para los años setenta. Todavía no habíamos leído la autobiografía de Rita Marley pero ya imaginábamos que el reparto de derechos entre hombres y mujeres no constituía precisamente el punto fuerte de las creencias rastafarianas. Y la Jamaica independiente distaba mucho del paraíso tropical de Ian Fleming. Ambos partidos habían armado a milicias que se dedicaban a intimidar, robar, matar. Un mánager de Marley insiste en que el cantante asistió impasible a la posterior ejecución de alguno de sus asaltantes.
Semejante ídolo provoca sentimientos encontrados. Comercialmente, el reggae quedó cojo con su muerte y ha sido superado, al menos en la isla, por músicas más agresivas y groseras. Su ideología también se redujo a un detalle folclórico, el consumo de ganja. Los Marley ahora licencian su nombre para fabricar abundantes productos, desde ropa a papel de fumar.
Pero una película queda para la eternidad. Desde hace años, Hollywood pretende rodar un biopic con actores, algo que choca con la insistencia de sus hijos —son siete varones, entre los 11 oficialmente reconocidos— en personificar a su padre. Todo tipo de directores, incluyendo a Scorsese y Demme, han sido atraídos por los diferentes proyectos que se cocinan alrededor de Rita. Ella tiene poder de veto, al controlar la mayor parte del cancionero y las grabaciones.
La bendición de la familia, aparte de allanar el camino para entrevistar a los allegados, permitió a Macdonald el acceso al archivo audiovisual de Tuff Gong, la discográfica fundada por Marley. El realizador explica que no ha hallado ningún Rosebud pero sí cree que su documental permite conocer mejor al hombre detrás de las canciones. E insiste que el trabajo resultó infinitamente más agradecido que el escarbar en la vida de Idi Amin para El último rey de Escocia.
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